Hoy llovió sobre la ciudad una criminal bandada de lágrimas apagadas. En el Cerrito del Carmen una feria se quedó muy sola. Pero nada ni nadie se alejó de su puesto. La calle se derretía en luces.
Ya no llega nadie aunque no llueva. Esas ferias me recuerdan el ritual de la avenida, aquellos juegos artesanales como las chamuscas, dos piedras eran la portería. Ese famoso “electric” en el que se detenía a todos con solo tocarlos. Metáfora o no, romanticismo, old memories, ya arrastradas por el viento tecno.
No me gustaron nunca las manzanas en miel, pero son bellas, son de adorno, souvenir del corazón infante, brillan tras las vitrinas en esta feria abandonada. Sin embargo nos subimos a la Rueda de Chicago y me pareció irreal el terror de algún día quisiéramos una vuelta para tocar el cielo. Era más tangible la certeza de que esas máquinas tuvieran desperfectos prehistóricos por andar de pueblo en pueblo, y nos volteáramos sin gracia para ver el final del suelo por el rompimiento de sus articulaciones oxidadas.
No me gustan esos carros locos. Pero alguna vez, una sola según recuerdo, en el zoológico la Aurora manejé uno y la gracia era chocar a otros sin siquiera conocerlos, solo les mirábamos la risa histérica de ser atropellados. Metáfora o no, romanticismo, de las más sanas locuras.
Lo cierto es que las torrejas, garnachas y elotes locos han subido de precio por la falta de promoción. Pero la gente, alguna entre todas, quizá los más viejos, regresan y lo ven todo. Jugaran lotería con sus pequeños nietos o algún papá tomara un rifle e intentará sorprender de nuevo a esa novia madura que apenas lo mira, por cuidar a sus hijos que flotan de ella, uno en cada mano.
Los centros comerciales, mientras tanto, giran otra rueda, otros precios, otra vida infinita que aspira a la novedad, mientras un empleado limpia un vidrio hasta volverlo espejo.