O bruit de la pluie
Par terre et sur les toits.
Paul Verlaine
Veo al hombre vestido de soles y madrugadas eternas. Con piel oscura comprado por el destino de otros hombres; lo veo bajo el rigor de los medios días. Todo se externa y resurge del vapor como una visión. Cae la lluvia sobre todo, y a lo lejos, entre las plantaciones, ciega los llanos de sus penas áridas. Cae sin caer, llega desde lejos con su propia emanación viviente. Se doblegan las palmeras y se rompen los retoños secos, los que nunca debieron nacer. Las nubes van naciendo de la tierra conforme el sol calienta, entonces llegan las nubes negras, grises y llaman a la nostalgia con gritos húmedos, con lágrimas continuas que bendicen a los hombres que corren y miran hacia el cielo buscando una respuesta. Estos hombres conocen la tierra y los domingos cuando suben los graderíos del templo piden que llore el cielo para que la milpa o la caña, o el café, se levanten al cielo con cosecha. Cae la lluvia de repente con su tropel siniestro de rayos y de truenos, como una batalla donde mueren muchas vírgenes gimiendo. El cielo revuelto hace formas que se cruzan como agonías que conoce solo Dios, mientras este pueblo navega y se agita sobre el mar. Se bañan las mujeres, se agitan sus cuerpos curtidos, sus miradas y gestos son divinos; van dejando aromas, se presienten en los parques sus cuerpos cubiertos de sumos y semillas, envueltas en polen viento y tierra, como si volviéramos al Edén. ¡Son tan risueñas a la vista del patrón! Una de ellas tiene ramas de palma, otra un racimo de unos frutos rojos, otra pone en la iglesia verde un canasto de corozo, bajo la lluvia azul, todo bajo la lluvia sagrada que cambia de color la ciénaga. Las ramas de los árboles danzan y los viajeros ven las extensiones de semilla sembrada, la magnificencia del cielo y, sienten que deben volver, que deben seguir viviendo, que aman y que sus hijos verán la cosecha cuando ellos se vallan de esta tierra. Junto con los truenos lejanos, los rugidos de leones transparentes como gritos de luz, los ríos hacen fiesta con la lluvia púrpura; arrebatan casas y se llevan a las niñas que más quieren… dejan a los hombres solos en la ribera, llorando talvez, o a veces riendo por llorar.
Par terre et sur les toits.
Paul Verlaine
Veo al hombre vestido de soles y madrugadas eternas. Con piel oscura comprado por el destino de otros hombres; lo veo bajo el rigor de los medios días. Todo se externa y resurge del vapor como una visión. Cae la lluvia sobre todo, y a lo lejos, entre las plantaciones, ciega los llanos de sus penas áridas. Cae sin caer, llega desde lejos con su propia emanación viviente. Se doblegan las palmeras y se rompen los retoños secos, los que nunca debieron nacer. Las nubes van naciendo de la tierra conforme el sol calienta, entonces llegan las nubes negras, grises y llaman a la nostalgia con gritos húmedos, con lágrimas continuas que bendicen a los hombres que corren y miran hacia el cielo buscando una respuesta. Estos hombres conocen la tierra y los domingos cuando suben los graderíos del templo piden que llore el cielo para que la milpa o la caña, o el café, se levanten al cielo con cosecha. Cae la lluvia de repente con su tropel siniestro de rayos y de truenos, como una batalla donde mueren muchas vírgenes gimiendo. El cielo revuelto hace formas que se cruzan como agonías que conoce solo Dios, mientras este pueblo navega y se agita sobre el mar. Se bañan las mujeres, se agitan sus cuerpos curtidos, sus miradas y gestos son divinos; van dejando aromas, se presienten en los parques sus cuerpos cubiertos de sumos y semillas, envueltas en polen viento y tierra, como si volviéramos al Edén. ¡Son tan risueñas a la vista del patrón! Una de ellas tiene ramas de palma, otra un racimo de unos frutos rojos, otra pone en la iglesia verde un canasto de corozo, bajo la lluvia azul, todo bajo la lluvia sagrada que cambia de color la ciénaga. Las ramas de los árboles danzan y los viajeros ven las extensiones de semilla sembrada, la magnificencia del cielo y, sienten que deben volver, que deben seguir viviendo, que aman y que sus hijos verán la cosecha cuando ellos se vallan de esta tierra. Junto con los truenos lejanos, los rugidos de leones transparentes como gritos de luz, los ríos hacen fiesta con la lluvia púrpura; arrebatan casas y se llevan a las niñas que más quieren… dejan a los hombres solos en la ribera, llorando talvez, o a veces riendo por llorar.