Cuando oigo a alguien suspirar "La vida es dura", siempre estoy tentado de preguntar: ¿comparada con qué? (Sydney Harris)
En la primera fotografía no hay fecha, pero pudo ser del año 2002. Se puede ver su carita destrozada por la tristeza, descompuesta por el destino de una vida imposible de imaginar. A ésta fecha ha perdido completamente la vista y sufre de cambios bruscos de glucosa en su sangre (por lo que debe inyectarse insulina diariamente después de cada comida), y su aspecto en general pareciera la imagen de alguien que ha perdido la fe por completo.
La conocí una noche en 4Grados, sentada en una mesa con su hermana menor, su prima Nubia y una de sus mejores amigas. Me acerqué a saludar y les propuse que compráramos algo de tomar entre todos. Creo que hablé algo de poesía y entonces alguien dijo “habla con ella porque es la más espiritual”, la saludé y su mano divagó buscando la mía, y yo la busque comprendiendo todo en el momento (no me sorprendió de la misma forma que luego me contó que sorprendía a muchos de sus amigos).
Hablamos toda la noche. Me habló de su ceguera, y yo le decía que todos estábamos ciegos de alguna manera… Pero luego fue contándome de su recorrido por hospitales de Guatemala y sus viajes a Estados Unidos, y hasta una peregrinación a la capilla de la Virgen de Guadalupe en compañía de toda su familia en la cual los detuvo una tormenta de arena en un pueblo remoto del desierto, donde tuvieron que buscar al médico porque se estaba muriendo. Me habló de muchas veces que había estado al lado de la muerte y brindamos por ella, por la muerte desalmada, hasta que pasó el tiempo y a ella se le olvidaba mi nombre y a mí su número de teléfono. Le robé un beso y la vi sonreír (por aquel tiempo yo estaba buscándome, o quizás perdiéndome).
Ella era muy linda, y parecia una niña rebelde con el cigarro entre los dedos. Su conversación era ingenua y su voz muy fina, y su aroma era inhabitual, y la juventud y ganas de vivir se le escapaban de sus ojos, que confundian a todos, porque no parecian estar del todo a oscuras.
El destino nunca había sido más injusto con nadie. Su familia era de clase media y por momentos habían sido muy prósperos y por otros habían estado al borde, como siempre ha sido por años la clase media, pero ninguno en su familia se enfermaba más allá de una gripe. (Para un aspirante a escritor de cuentos al estilo del realismo mágico, aquello fue un grandioso descubrimiento). Por aquel tiempo para mi la poesía era como respirar y todo eso me pareció un feliz accidente del azar. Jugamos a ser novios y una noche le prometí que la haría feliz. Ella se aferraba de mi brazo y yo la llevaba a donde quiera que yo iba, viajabamos mucho a Panajachel, estuvimos en muchos lugares, fuimos a Antigua muchas veces y en cada lugar yo experimentaba nuevas formas de expresión para decirle como eran todo, y luego ella me decía muchas cosas que le había pasado cuando miraba, y nos enlazábamos en diálogos placidos y el placer de vivir era nuestro fin. Nunca nos faltaba una botella de un buena cepa cabernet sauvignon, y siempre estuvo la esperanza de que el tiempo fuera más benévolo que el destino y se volviera improbable. Ella compartió conmigo una copa y besos, la cama, y esos secretos inconfesables. Muchas veces compartí con su familia, fiestas de cumpleaños en las que yo me sentía como si sobrara, porque con la única que hablaba era con ella y los tíos me adoptaron y no me cuestionaban, aunque las tias recelosas siempre se reian entre ellas del asunto; compartí una navidad en la que me embriagué tanto que hablaba en verso profecías paganas poseídas por el delirio de la melancolía.
En su vida cotidiana, ella gritaba por todo con una intolerancia cruel. Su madre, una mujer menuda y que parecía muy ocupada para sonreír, la llamaba a comer y le daba consejos de todo lo que se le ocurría para sus padecimientos, ignoraba sus rabietas, y se acercaba a mi cuando ella estaba lejos y me pedía favor que le diera tal o cual pastilla, y sin contar que todos en su familia se entendían conmigo por medio de señas, cuando no querían que ella se enterara de algo. A mi me partía el corazón esa parodia. Y los culpé. Justifiqué muchas de las patologías de mi nueva amiga y creí que aquella tarde que crucé las calles en busca de su casa, y la encontré sentada en la oscuridad sin una sola sonrisa, había sido por algo más, algo más de ese no sé que, que uno encuentra en todos lados, y que por suerte podemos mal-llamar destino.
II
La otra fotografía tiene fecha reciente Abril 2008. Resalta su sonrrisa clara, y un aura de victoria contra toda calamidad. Han pasado cinco años y aún somos amigos, cada vez más inciertos para los demas, pero cómplices los dos, como siempre. Hace unos meses estuvo de nuevo visitando a la muerte. Sus riñones dejaron de funcionar y cayó derrumbada en una cama de hospital donde doctores buscaron un tratamiento sin riesgos dado su cuadro clínico: anemia, diabetes, problemas cardiacos, complicaciones todas críticas. En sus palabras ella me dijo que había soñado que se moría. Siempre que me cuenta estas y otras hazañas entre ella y su intima muerte, me pregunto por qué le pasa todo eso precisamente a ella, y me asaltan muchas respuestas, quizás todas equivocadas. Algo es cierto, estas dos fotografías muestran lo que no explican mis palabras. Ella me dijo “...no sé si regalarte esta foto, estoy muy fea". La tomé de sus manos y pude ver su ojo borrado, su pecho parchado por la asepsia del catéter, su pelo negro, su cuerpo de mujer, y me recordé enseguida de una pintura de Picasso de su etapa azul, y le dije que era completamente bella como una obra de arte, donde la mano de un artista inquisidor ha puesto hasta el ultimo detalle con un deseo interno de cambiar la forma de ver el mundo. “Que chistoso, antes, no tenía por que estar triste, y ahora que si debo estarlo, sonrío”, me dijo, y nos reímos de nuevo, inocentes, como niños.