...el último aliento que nuestros padres llamaron futuro
y que en realidad viene vestido de presente
no se siente
no es complaciente
es el único que se atreve a hacernos frente
... vamos a reinar en el cielo y en una ventana rota.
Entre la cotidianidad me ha llegado el rumor de una película
y he querido ir a verla. Encuentro algunos obstáculos. Uno de ellos es que es
muy sencillo tomar el transmetro del Centro Histórico, pero es imposible, ya
frente a la Tipografía Nacional, tener paciente el corazón y el alma ante
tanta, tantísima gente apertrechada a la espera de un bus. Nos bajamos como
podemos de la estación, sorteamos gentes y desesperaciones enfrascadas en
cuerpos sudosos y mojados por la lluvia, luego brincamos las bardas y dejamos
la largas y tediosas colas y colas de gente.
Cenamos en Little Cesars, una pizza circular que rompemos en
triángulos, una Fanta y una Sprite nos relajan. No hay prisa después de media
hora, el tiempo que ha durado nuestro almuerzo atrasado. Entonces salimos a la
calle y escurre las gotas de los toldos rancios, pero ya es diferente. Un
cigarrillo y decidimos todavía ir a ver Te prometo anarquía una película que he
oído solo en rumores, pero es de Julio Hernández Cordón y eso ya es cierta
garantía. A parte de llevar el nombre de un blog de Rafael Romero, uno de los primeros
preocupados por antologías de gente que escribe poesía, hace narrativa o toma
fotografías.
Todo ese prólogo se extiende por meses antes, hasta que
estamos sentados ya, luego de una tierna caminata trazando zig zags, mi
compañera y yo. Estamos enamorados y no nos damos cuenta. Es normal, es como ir
en un tranvía y pensar que los andenes son los que van volando. Estamos ya allí
y está lleno de gente, algunos directores nacionales, gente que le gusta el
cine, curiosos, ojos curiosos. Pero ya en la silla a mí me asalta la sensación
de que el lugar se va llenando de una forma desbordante. Volteo a ver, desde la
primera fila y logro distinguir caras conocidas de algunos, tal vez muy pocos.
Los demás son el desborde. Hay cojines frente a nosotros para mayor comodidad.
Hacen un saludo y las cabezas llegan hasta la puerta y el lugar es grande, está
lleno, tan lleno como la estación de un transmetro:
Zaping sin control
remoto:
La vida real a veces es un zapping del pasado al presente y
de regreso. De pronto todo podría ser de nuevo en blanco y negro como si
estuviéramos dentro de una pantalla de televisión y fuéramos los pioneros del
siglo. Luego todo es colores de nuevo y cada flash back nos relaja la vista con
su degrade en grises. La historia del amor que nos han impuesto es la
normalidad bíblica, luego está la inmoralidad, cabal al cruzar del gris al
hipercontraste de colores. Pero todo ha estado siempre allí, incluso entre el
blanco y negro de esos cines de los años treinta había secretos amorosos y
sexuales que hubieran parecido diabólicos. Pero hablemos de la película de
Julio, ya después de tanto engolosinamiento verbal y de tratar de explicar que
todo ese vértigo es posible antes y después en la historia de este mundo tan
mundano. Y pensar que al director se le ocurrió
hacer esa película en la ciudad más grande del mundo, aunque nos asegura que en
un primer impulso pensó en hacer acá en Guatemala:
Te prometo anarquía
Estamos en la Erre, una galería de arte y lugar de
encuentro. No hay mejor lugar para presentar una película y puede que el
director aparezca con lentes rosados y nos advierta que habrán desnudos
masculinos. A estas alturas todavía prefiere advertir, pero ya ha corrido mucha
agua debajo de los puentes y las aguas no solo ya no son las mismas, sino que
se han evaporado. La película se va
desarrollando y mientras pareciera ser una historia simple de un grupo de
muchachos skaters o patinadores en tabla, se va descubriendo al fondo una
metáfora generacional de desencanto y poesía.
Los dos o tres personajes principales viven una historia
diferente cada quien unidos por la amistad que tienen desde pequeños, signo de
eso, es que hacen relajo y a los dos les gustan las patinetas. Además viven entre
los solventes inhalantes, el sexo sin complicaciones que arremete desde las
primeras escenas, pero que tira a la experimentación, como en el caso de
Infancia de un Jefe de Sartre. Luego el factor de la sobrevivencia de algunos
que venden su sangre para hacerse de dinero y seguir volando en su tabla.
Pero el personaje principal es la calle, a pesar de las
historias de cada uno, el personaje que brilla escondido es el rostro de la
urbe mexicana. Julio Hernández hasta donde sé ha vivido desde Carolina del
Norte hasta Costa Rica, estacionándose entre México y Guatemala, muchas
anécdotas y mucho feeling para apropiarse de los lenguajes, argots y paisajes
de esta generación latinoamericana, siempre al borde vertical del
horizonte. Acá en Guatemala ya antes
hizo una fábula tensa y de texturas nocturnas: Gasolina, que no está demás
decir que es una película que gana público y pierde público, que es como decir
que está siempre al límite de lo permitido. Pero que, como está película,
presenta una verdad que a veces nos hiere y que es un signo del presente, los
levantones de narcos, la vida libre y sin reglas que sacrifica la normalidad
hasta el límite de lo permitido moralmente.
La honestidad es cosa de cada quien, y ahora que miramos,
todo un público esas imágenes inconexas unidas por pequeños guiños poéticos y
sonidos insertos en la cotidianidad, puedo darme cuenta que la narrativa
estalla de nuevo contra el velo blanco y lo rasga. Podría como al principio pensar que es una
historia de amor íntimo, muy secreto, pero al revisar bien, podría ser también
una metáfora generacional contra los esquemas políticos y sociales derribados,
en ruinas por ser ya caducidad de un experimento. Hay muchas sugerencias poéticas en la película,
algunas evidentes como el poema del chico que ya casi rapea sus versos y
resuenan con precisión entre la realidad de la ficción, si se me permite la refutación
significante.
Sentí un deja vu a Trainspoiting en el momento que Johnny se
va con el dinero. Sentí la expansión de la ciudad en toda la película, como se
va tragando a todos y la historia parece insignificante ante la diversidad del
tráfico vial y los cientos de peatones, que dejan a propósito, quiero pensar,
una sensación de soledad extrema, que luego se dulcifica con un final, si bien
aún desencantado, bastante noble en tanto que Miguel lleva a cuestas a su amigo
con la patineta como emblema. Ya sabemos
que los dos actores no son actores, que son heterosexuales y que se fueron
conociendo en el transcurso de los castin y la misma película, que tampoco es
una película, sino un libro actual, o sea un film:
El presente
Hemos salido a la noche de la ciudad de Guatemala. Vemos los
edificios iluminados a trechos, la Torre del Reformador iluminando con su fuego
para nadie. Llevo los pies mojados, tengo frio, pero siento que he visto una
interesante interpretación del presente, mientras el taxista que nos lleva al
hotel no para de bostezar. Hoy por supuesto vi las noticias atrasadas y me enteré que esa película había ganado como mejor película en Festival de Cine en los Cabos, atando cabos uno siempre.
https://www.youtube.com/watch?v=Oiv4C44Ibsk