Cuando empecé a escribir solo quería desahogarme. Estaba
hundido en dudas. Estaba ahogado realmente y ya tenía poco aire y ningún amigo. Cuando puse la
primera palabra fue caerme en más intrigas interiores, esas absurdas
complicaciones que fueron al final la risa antes de la tragedia. Nunca quise,
ni quiero ser famoso, solo quiero decir al final una letra, una página que
justifique tanta imprecisión en mi vida, tanto error de mi gramática sanguínea,
todo ese mar de incertidumbre cuando a los cinco años vi para el cielo.
No he descubierto nada nuevo. Solo tengo libros que leer, tengo todo
el tiempo del mundo porque nunca me he comprometido ni siquiera a tener hijos. Soy un profeta falso. Soy un vestido caro con parches viejos por todos
lados, soy una voz cada vez más lejana, una mirada que vive en un hotel de paso.
Floto a la deriva, me cambio el nombre cuando quiero, soy caprichoso y
malcriado aunque de eso nada tiene que ver mi madre, que me dio lo que pudo y sin
saber de política.
Soy un megalómano narcisista, sinceramente, no crean que lo hago para que piensen que les tomo el pelo. Un fotógrafo de la memoria de lo que nunca
dije y nunca hice. No quiero repetirme, siento ya muchos lunes iguales rondando
mi calavera. No me gustan los
televisores donde encuentro, ya hace mucho, programas que me sé de memoria y
puedo repetir hasta la insolencia delante de gente que no ha visto nada de la película.
Pero ya estoy en años, aunque parezco Dorian Grey. Ya pasaron
los 27 y no me suicidé ni me molestó siquiera irme alguna parte. Viajé como Celine, entre la
memoria desde niño, recuerdos tengo desde los dos años, en tanto hay gente que
no se acuerda siquiera de su primer día de clases. Pero eso no vale nada, soy
un actor. Un ingrediente más de esta sopa que ya arde. Me he aburrido por
deporte y hasta entonces he querido descubrir el agua azucarada pero solo he visto el sabor de lo amargo.
Ya no estoy ahogado, eso sí. Ahora me vale tener o no tener.
Siento en mis delirios la fuerza de
todas mis muertes y vidas juntas. Es solo eso, una palabra sin esfuerzo lo que
quiere la vida, y una anécdota interesante en medio del tráfico, las pancartas,
el bullicio, y esas voces que me dicen algo sobre mi suerte indignante.
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PD.
Cosas que comparto con lo único líquido y sagrado de esta trama, los
amigos y amigas, los hermanos casi, los vigilantes benévolos que
aprecio, a los que dejo saber mis parábolas inconclusas que no sé cómo
decir..., a ellos y ellas este texto tragi-cómico. Abrazo.