I
Acá todo
es ondulado. Las mujeres ondulantes, la playa flexible, el mar con su única
línea recta, acostada. Pero esa línea también es curvatura de fermentos
marítimos. Toda la mar haciendo óvalos concéntricos, hasta parecer dunas
siberianas que cambian a rectas aparentes. En lugar de cangrejos
pantagruélicos, ahora hay miles de botellas de cerveza Corona con un limón
podrido al fondo, como mensaje para los niños que aún no han nacido.
II
Cuando
uno llega a Monterrico se da cuenta enseguida que el mar está a dos pasos de
uno. Se oye el estruendo desde que uno pone el pie en la arena. Hoy está inundado,
acaba de pasar el temporal y el canal se ha rebalsado. Huele a pez muerto.
Uno cree
en los crepúsculos orgásmicos de las películas, en los escarpados rincones
paradisíacos, donde dos hacen el amor desde el beso hasta contorsionarse. Pero
no, el amor aquí se debe hacer con cautela, estamos en el tiempo de las
Parlamas y, ellas reclaman la playa para soltar sus huevos. Las tortugas
marinas, y los enamorados, tienen el inconveniente que de día hay turistas
quemándose bajo el sol; y de noche, los lugareños, linterna en mano van de lado
a lado buscando los nidos de las tortugas.
Logré ver
a la primera. Era una tarde soleada a medias, con un viento tan decidido a irse
desesperado, que la superficie de la playa se miraba turbia de la arenilla
arrastrada a la fuerza, de un alma invisible que nos hacía arder las piernas
por los piquetes de polvo. Allí estaba la tortuga gigante, viendo al mar con
sus ojos lagrimosos, haciendo el nido con sus patas traseras. A cinco metros,
un muchacho con playera y bermudas la parecía cuidar, cuando en realidad lo que
pasaba era que se iba a llevar más de tres docenas de huevos sin donar siquiera
uno. Y es que hay dos verdades que se cruzan. Una es que la gente tiene hambre,
y la otra, que las tortugas se están extinguiendo. Una de las dos verdades se
apoderará de su momento; o por un efecto dominó, la una aventajará a la otra.
III
Allí en
la arena ha quedado el olvido. Materiales tan cotidianos que hacen el ADN de un
viaje. Las pequeñas células de un cuerpo: una pequeña sandalia de hule color
azul con rosado. El vaso de duroport con un cangrejo microscópico. Allí está la
sed de los muertos, dentro de cascaras viejas de cocos deshechos. Deshabitado
mar donde nace el ansia de eros. El desierto de los latinos es la playa. Allí está
el peine perdido con sus cabellos revueltos. Allí estará el beso en la botella
y en la orilla de un cigarro. Allí está el sudor congelado donde se acostaron
sin ropa, renovando adámicos gritos. Allí están las páginas de un libro
volátil, de palabras aéreas que ahora emigran cada año en las conchas
vacías.
IV
Acá todo
es ondulado. La mujer con torno Fibonacci. Ondulado el mar y ondulada la ola.
Solo una línea recta aparente. Un horizonte que se dobla conforme nos alejamos
del mundo. Contorno de la playa como dunas saharianas. Solo una línea que
recorta el cielo del agua, la sal de la luz, el ave de los peces. Ya no hay
cangrejos allá, solo miles de botellas de Corona con un limón podrido hasta el
fondo. Mensaje cifrado para una generación de niños que no nacen.
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