Max Araujo
En
una pequeña entrevista en su oficina, me contó de Pontoise, lugar que logra fijar en un cuento suyo que se intitula El
retorno a casa. El libro íntegro me lo leo en las pausas de una
revisión de texto. Uno a dos días y me logra absorber su franqueza auténtica y
aguda creatividad para interpolar una imaginación desbocada, sin modificaciones
efectistas. Reviso mis notas y encuentro una reproducción de bolsillo de Ladera del Hermitage, Pontoise, de
Camille Pizarro. Pero además en el
relato se habla del aquelarre impresionista que eran esos muchachos sensibles a
la luz, que ahora descansan en sus obras, refugiadas allá en la casona magnánima y dócil, que es
el museo de Daubigny.
El
libro completo tiene cuentos propios y narraciones ajenas en apariencia, ya que
es la old school literaria de
recontar lo leído, oído e imaginado; y además con cariño, acercarse a los
amigos desde la poesía. Solo así se puede inmortalizar una postal de viaje o
una lectura precisa tomada de algún diario. Max lo hace desde su memoria que
recrea y condensa. Y agradecido lo afirmo, ya que con tan poco tiempo, las historias
parecen hechas como ventanitas de un bus atestado, desde donde se puede dar
un fresco respiro.
Para
muestra el relato que describí vagamente al principio, en el que el personaje
llega a Auvers-sur-Oise, va al museo
y llega al cementerio, solo para comprobar (como sufriendo un síndrome de
Cotard), que la losa al lado de Theodorus es la suya propia, y que todo ese
juego de apodos era una certeza de sí mismo. Él es Vincent Van Gogh el suicida,
así que se encamina como un viento divino a volar en mil migas.
Otro
de los relatos que me gustaría ilustrar es La vida es una tómbola, que aunque
lleva un título tan popular, lo introduce a uno por una ventanita, a la
historia completa (en solo dos páginas), de un hombre que convive con su nieto,
producto de una metida de pata de su niña
(por la que tuvo que ir a la cárcel, luego de acertarle dos balazos al susodicho,
que obligaba a malograr el nacimiento, del que sería alivio y gozo, en la
última etapa de su existencia. Un cuento lacrimógeno, pero no tanto como Las
cosas son como son y no como uno quiere que sean.
La
narración Lo que el agua se llevó fue traducida al francés y publicada en
Lettres d'Amérique latine. Al
contrario de su aura de jurista de corbata en sus historias hay una bohemia feroz,
fortalecida por un lenguaje sin tanto giro. Aún recuerdo la inauguración de
Filgua 2016, cuando me endosó una invitación a la embajada de México para,
supuestamente, hacerle una entrevista al invitado de honor, un tal Paco Ignacio
Taibo II, que nunca llegó y, todo se resolvió fácil con una comilona de
chimichangas y vinos tintos sin cuartel, con Maurice Echeverría circulando por
allí con un nuevo premio de poesía.
de
balas, de bolos y de bolas
es el último libro de cuentos de un gran aliado de las letras y cófrade en las
tertulias del arte y la vida. Floreció, publicado en el año 2014 por la
Editorial Nueva Narrativa. Lleva una fotografía en la contraportada de Vania
Vargas. El diseño de portada de Martín Díaz y una dedicatoria a Francisco
Morales Santos y a Carolina Escobar Sarti.
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