La Liona era una puta genuina.
Todo, hasta lo más divino, lo había conseguido vendiendo el culo. No conocía otra forma de ganarse la vida, más que haciendo el amor como ninguna en cualquier circunstancia y lugar. Tenía a los veintiocho, cuando la conocí, el perfume tan intenso del deseo, que por meses, fuera quien fuera, terminaba perdiendo la cabeza por ella. Supe de uno que llegó con el tufo de su humor tan impregnado que la mujer rompió toda su ropa y no lo dejó entrar más a su casa. Otros, como yo, nos enamoramos de su olor a zorra fina y le hicimos un altar de virgen en nuestra propia casa al lado de las fotos del divorcio. Era asediada por millonarios que se vestían mal y por pobres que se vestían de lujo. Pero tenía un ojo clínico para eso y nunca quiso comprometerse con ninguno que llegará de La Cañada, o de un narco de la zona 5. Era una puta verdadera, no una monja. Las demás mujeres ante ella parecían principiantes y, aún más, cuando la empezaban a imitar en su forma de caminar y de sentarse. Pero en el fondo no era tan bonita, ni tan bella del cuerpo. Yo mismo había visto mejores y más exaltadas en sus atributos. Lo que tenía la Liona era unos ojos de desamparada y de mosquita muerta que la hacían parecer una adolescente sin experiencia, una simple colegiala aturdida, una marioneta del destino más cruel de un mundo de infamias. Eso digo yo, otros me contaban que con ella podían pervertirse sin vergüenza porque ella era tan buena actriz que les decía exactamente lo que ellos querían oír y con los gestos perturbadores que ellos habían imaginado. Un colega me contó que ella era tan buena porque en algunas ocasiones, en lugar de que ellos realizaran sus fantasías, terminaban realizando las fantasías de la Liona. Fantasiosa, degenerada y ante todo servicial, me dijo un extranjero. Pero, ninguno de estos atributos fuera, si no hubiera vivido lo que vivió.
El sobrenombre se lo había ganado en la cárcel de mujeres. A la que había llegado por el terrible asesinato de su padrastro y su madre. Según me contó, conteniendo el llanto, todo empezó el día que encontró a su padrastro tocando a su hermanita. El degenerado era comisario de policía. Me contó que en el momento hizo como que no había visto. Según todos era su preferida y le compraba de todo lo que ella le pidiera y la mamá estaba feliz, luego de una mala experiencia con un hombre en la que las tres recibían mal trato.
Hizo lo que tenía que hacer. Vio a su hermanita asustada cuando le preguntó... y se dio cuenta que ya la había aconsejado el hombre. Llamó a su mamá y antes que el señor llegará le contó todo. En ese tiempo, a los 13 años, todavía le decían su nombre que me pareció, cuando me lo dijo, una posibilidad ingrata. Se llamaba Magdalena. Su hermanita, de 6 años nada más le gustaba que le dijeran Barby, y no hizo nada más que mover la cabeza y llorar sin decir una palabra. La madre sintió como si le apretaran el corazón y pensó en la posibilidad de quedarse sola. Ignoró el hecho. Le dijo a Magdalena que no dijera nada, que ella lo iba a arreglar hasta verlo con sus propios ojos. Barby dejó de llorar cuando el hombre le llevó la muñeca que hablaba. Pero desde ese momento Magdalena sintió que la mirada de los dos había cambiado tanto que de seguro, ninguno de los dos había hablado las cosas como eran. La mirada del señor era de deseo. Y la de la madre era de desconfianza. Había despertado diferentes sentimientos en cada uno. El hombre cayó en la cuenta que Magdalena ya era una mujer. Y la madre, había resuelto que lo que Magdalena quería era separarlos porque era ella, la que estaba jugándole la vuelta. Y no pasaron más de tres días para que la madre la echara de la casa con cualquier pretexto. El hombre intervino con su voz de capataz sedado. Pero Magdalena les pidió que la dejaran quedarse una semana y en una semana se iba. Lo único que le dolía era su hermanita. Pero al ver que el hombre la miraba y la trataba ahora con desinterés, desde el día del problema concluyó el plan de quedarse. Pero la mamá no paró de insultarla, porque además se había dado cuenta que ahora las atenciones habían cambiado hacia ella.
La Liona me contó, en los días que vi su caso, que en la cárcel, dentro de esa cueva de mierda, como ella la llamaba, repasaba cada noche, qué la llevó a meterse tanto en la cabeza que debía salvar a su hermanita acostándose con el marido de su madre. Pero ya no la quería me repitió, el hombre ya no quería a su madre o de hecho, quizás nunca la habría querido tanto. No la amaba porque ella sabía que el viejo mañoso, que por cierto se llamaba Aníbal, le gustaban las niñas, y de seguro de policía se le facilitaba conseguirlas en los puteros de la zona seis. Sólo buscaba darle una prueba a su madre para que no la siguiera viendo como una mentirosa.
Ahí en la cárcel me lo contó todo. Me dijo que fue bien cabrona porque primero se le entregó a su novio. Del que no me dio ningún detalle porque no quería que saliera su nombre en ningún proceso judicial. Me imaginé siempre que lo quería. También trate de indagar y parece que era universitario.
No es importante la fecha. Lo cierto es que una noche, el hombre la tocó por primera vez mientras le servía la cena. No había llegado su madre. Su hermanita estaba dormida en el sillón con la tele encendida. Sintió algo raro, me contó, porque nunca pensó que le iba a excitar tanto. Lo que nunca hubiera deseado es que esa misma noche que pretendía decirle a su madre, con pruebas, quién era realmente ese hijo de puta, ella los hubiera encontrado en el acto. La madre, irracional e indignada, la agarró del pelo como si no hubiera sido nada suyo. Magdalena con la falda hasta la espalda y tratando de encontrar la pistola, empujó al suelo a su madre para soltarse pero en lugar de eso, la enfureció más. Me dijo, que fueron tan revueltos sus sentimientos, que en el momento pensó en matar a su padrastro con su propia pistola. Y así fue. Le disparó al pecho con el revolver, que su madre trataba de quitarle de las manos. Como no lo vio caer sino quedársele viendo con una mirada de incrédulo, apretó el gatillo por segunda vez, pero en el forcejeo le dio a su madre, pero no se detuvo. Pensó que la bala había ido a parar a la pared de block. Ya libre de los jaloneos de su madre, subida sobre la cama, le disparó todos los tiros sin freno hasta que el silencio la hizo recobrar el sentido de su estado.
“A cada rato oigo las detonaciones”, me dijo, luego de contarme lo peor de esa noche. Nunca pensó en matar a nadie. Nunca pensó en matar a su mamá. Solo quería, en un principio, asustarlos, y que la mamá entendiera lo que pasaba. Me dio tristeza su historia. La ayudé a salir de la cárcel y le cobré sólo por los últimos cinco años de trámites. Pasamos más de catorce años luchando contra el estado, peleando contra las pruebas a base de declaraciones. Hasta que una organización de mujeres nos ayudó para interpelar con base en los derechos de la mujer. Pero conocía la forma tan feroz con la que se defendió en la cárcel, hasta ganarse el sobrenombre de la Liona. Quisieron matarla por encargo los hermanos del tal Aníbal y no pudieron. La Lioncita ya se acostaba con todos los guardias, autoridades y con el mayor de los capos que era siempre el peor de los políticos. Lo que sucedió fue que la aconsejaron que no hiciera desmadres y purgara su culpa menor. Lo hizo por su hermana, la Barby.
Lo malo del cuento es que la Barby ya iba por mal camino. La vi, por casualidad en la zona 10, borracha, muy linda. Iba con un grupo de expendedores de cocaína al menudeo. Parecía no saber quienes eran. La invité a tomar algo. No quiso. Le dije que si la llevaba a su casa. No quiso. Le ofrecí dinero y entonces reconocí los ojos de su hermana recluida. Después de hacerle el amor supe que estaba viviendo con una hermana de su mamá. Le conté de su hermana y me dio las gracias a su manera. Era igual a su hermana de cariñosa, pero no tan servicial.
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FOTO: http://4.bp.blogspot.com/
Olivier Sagazan es uno de los artistas más perturbadores que hay. Vealo y piense en Pasolini, cuando dijo: Seamos bellos, luego desfigurémonos.
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