Casi a
las 7 de a la mañana. Fumando. Estaba sentado en una de esas bancas de la sexta
avenida cuando de pronto aparecieron dos robustas Testigas de Jehová, que me
abordaron con esa forma empalagosa de presentarse; yo me sentía con una resaca
terrible y tenía además muchas ganas de bromear así que lo primero que les dije
fue que no sabían siquiera quién era Dios, y se sentaron cada una a mi lado
mientras les hablaba del Corán, la Tora y terminaba enseñándoles, frente a nosotros, una
obra de Eny Roland que en su voz original se llama “Adán y Esteban”. Las dos
mujeres me escuchaban con una sonrisa en labios, no sé si por mi inconexo,
aleatorio y sonriente discurrir, o por estar asombradas de estar allí tan
temprano escuchando sobre arte y espiritualidad. Esa fue una de las anécdotas que puedo contar
de este mural de una mano con una manzana. Que me pareció un buen aporte
popular y estético. No paso lo mismo con un torso que se instaló en almacenes
Tropigas, siempre en la sexta avenida.
Esto me
llevó a recordar una nota que años atrás leí por algún lado. Se trataba de un artista
colombiano que presentó su obra en New
York, una ciudad que uno pensaría que ya no se escandaliza con nada, pero una
mañana, levantaron un par de persianas y mucha gente se asombró de una mujer en
una esquina, acostada en un taburete enseñando el pubis, rizado y tan real que
a muchas señoras les dio envidia. Tanto fue que llamaron a las autoridades y
cuando fueron a la galería a protestar, se dieron cuenta que la obra era un
oleo y no una fotografía como ellos creían. Siendo así, la obra se quedó en el
mismo lugar. La obra se defendió por si sola.
En el caso del mencionado torso, es el torso de un hombre, y de la misma
forma sobresalía el pelo púbico.
En este
caso el de la boca abierta no habrá sido una mujer seguramente. Pero lo que más
se discute es el poco respaldo de los organizadores de la Bienal para los
artistas y el respeto a una obra terminada. El comercial en cuestión mandó a
quitar dos hileras de hojas impresas. Hojas en blanco, hojas con tinta de
impresora, inocentes hojas impresas que destacaban esa parte del torso que va
cambiando de nombre. Ahora mismo se puede ver sin sus 50 hojas censuradas.
Lejos de
la doble moral, yo veo un patrón que se repite. El que pinta, escribe o forma,
y el que borra lo pintado, borra lo escrito y termina botando lo construido. Se
ha dicho tanto ya de la censura y sus fractales pero yo ahondo un poco más en
ese juego tan subconsciente de los guatemaltecos, de no interesarse por el
otro, de no mostrar empatía por las manifestaciones, que en el fondo nos deben
interesar porque arrojan una luz sobre problemas mayores: la violencia, la
corrupción, la extrema pobreza. Yo creo que en ciudades como la nuestra esto seguirá
pasando hasta que generaciones tolerantes y sensibles caminen por las calles.
Hoy el Torso de Adán, que es como se
llama esta obra de Eny Roland, esta incompleto.
Así me
despido de las dos mujeres, que siguen sonriendo, con sus Atalayas en mano.
Fotos de galería Urbana: acá.
Fotos de galería Urbana: acá.
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