miércoles, 10 de agosto de 2011

A WENDY C. UNOS MESES DESPUES...


Fue una tarde en familia, en la que vi por primera vez el drama romántico de aquella pareja de novios, en la que la fatalidad determina la vida de la novia en una infeliz enfermedad que deja inconcluso el amor de uno por el otro. Luego, años más tarde me enteraría que aquella película bárbara estaba inspirada nada más y nada menos que en la novela más famosa en Latinoamérica hasta entonces, escrita por el colombiano Jorge Isaacs: la novela se llama Maria. Nunca la quise leer, pues con sólo ver esa mala película pensaba que el libro era una barbaridad anti romántica y terriblemente intrigante. No la recomendaba para lecturas y no hubiera coincidido en hablar de ella nunca, de no ser porque ahora mismo, 9 de agosto del año 2011, exactamente a las 8:40 minutos, terminaba de leer en la página 548 de la biografía de García Márquez, enorme y sagradamente perfecta de Gerald Martín, un dato sobre una telenovela basada de nuevo en este libro proscrito para mi y además, darme cuenta, así de pasadita que yo mismo había vivido a mi manera una historia inmensamente similar sin haberme dado cuenta hasta hoy.

Hace poco, por medio de Facebook publiqué una foto de mi ex -novia Wendy C., una chica de esas maravillas que andan por la calle y no saben que una noche platicaran con un debutante a escritor bastante mafioso y guerrillero. Tengo que decir que fue extraordinario porque ella misma era talentosísima para los números y debió, a pesar de su ceguera, ser una de las matemáticas más virtuosas que yo jamás he conocido, pues podía memorizar y hacer cálculos hasta de diez cifras. Había tenido un novio cantante según me contaba en sus ratos de nostalgia pura, sentados los dos en sillas de plástico en la terraza de un hotel a siete kilómetros donde ahora mismo me encuentro, es decir: en Antigua Guatemala. Me hablaba de cuando el joven empezaba a cantar y de su debut sobresaliente en el ambiente pop de la música. Yo mismo me sentía muy extraño de que en mi mismo fuera pasando lo mismo que con aquel cantante. Wendy fue la primera que oyó un mal cuento mío, un mal poema mío, un mal ensayo mío. Me escuchaba con un silencio pensativo y aquello era oro puro. Luego me decía que debía publicarlo y yo lo tiraba, y recuerdo que le decía que pronto lo haría. Cosa que nunca pensaba hacer. Hasta que me cayó el veinte de entrevistarla una noche. Fue también en Antigua, en una habitación amplia con una hermosa vista a los volcanes de Fuego y Acatenango. Me contó todo sobre su enfermedad, o complicaciones como a ella le habían explicado que se llamaba aquello: diabetes, insuficiencia renal y quién sabe que más con todas esas botonetas que se tomaba en grupos de dos pastillas cada ciertas horas. Todavía conservo el cassette.

Pensé bien las cosas y una noche le dije que tenía que terminar aquello. Era algo hermosamente inverosímil, quizás absurdo, pero por lo tanto, arriesgado e infinitamente erótico. La muerte y el amor siempre son un buen tema para dos amantes. Eros y Tanatos. De no haberme confesado sinceramente, estoy más que seguro que me habría matado por ella.

Recuerdo una noche en que caminamos un poco por algunas calles de Antigua y yo le hablaba de la muerte con tanta seguridad sólo para convencerla de que no era tan malo irse. Me duele tanto haber sido tan inventor, aun cuando yo mismo de recién nacido pase por las ventanas de la misma muerte. Luego cumplí lo que tanto mencionaba. Pero cabe decir que nunca tuve ocho años de tanto cariño y de tantas contradicciones. Vuelvo a ver siempre que me levanto de una banca en algún parque porque tengo miedo de dejar pegada mi alma y derrumbada mi conciencia. Aún la recuerdo parada en ese portón negro, esperándome sin verme, sólo buscando con su olfato privilegiado mi olor a vinagre y miel que se me escapaba todos los sábados por la tarde.

Una aventura que no puedo dejar de escribir es la de el restaurante chino Río Perla frente al Palacio Nacional. Después de eso el Río Perla fue lo que significó para todos. Una tarde, luego de que yo peleara con los merólicos y falsos predicadores del Parque Central, encontramos a Javier Payeras, el novelista y poeta que hacía unos meses me había dado un buen recibimiento en la zona 1, y por lo tanto lo invité a un par de litros precisamente en el restaurante citado. Iba también Aníbal, un tipo histriónico por no decir re-chingon. Javier es cínico y carismático y la tarde fue de risa en risa, entre otras cosas porque yo iba vestido con una pijama azul de plumas de ganso y parecía extravagante con mi pantaloneta rota y mis botas Rino y era escandaloso en mi atuendo y la compañera que ahora presentaba a los dos. Wendy empezó a platicar con toda propiedad por un buen tiempo, hasta que todos nos reíamos de dos guardaespaldas que ya borrachos bailaban pegadito agarrándose de las pistolas para no caerse. Ese cuadro fue celebre por el centro por un tiempo y con Wendy nos reíamos muchísimo por nuestra nueva posición de celebres escandalosos.

Pero no fui a su velorio. Habíamos hablado una noche de tantas que no iría a su velorio ni a su entierro ni a ningún hospital del mundo donde la tuvieran como muñequita deshilada. Se lo prometí porque le dije que en toda la vida que habíamos vivido lo único que importaba era la vida, no la nostalgia, ni compartir tristezas con parientes que en realidad no compartieron nunca ni la mitad de todas mis alucinaciones perpetuas por ser libre.

Ahora son las 9:04, y recuerdo su risa franca y melódica, sé que esta pensando en mí ahora mismo a través de todos los espejos de esta hiperrealidad fantasma y sabe ahora mismo que seguimos viéndonos por medio del arte. Todavía no sé en que cementerio duerme su cuerpo, pero es hora de leer Maria de Jorge Isaacs, solo por despertar el cariño y el perdón a los autores profetas que uno odia.

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1 comentario:

AnaPatricia dijo...

Hola amigo créeme me sorprendió lo de tu novia los vi en una foto hace tiempo eran una bonita pareja, lo siento de verdad ya pase por lo mismo un abrazo

Picto—grafías

Hace años, Javier Payeras me dio el consejo de leer el ABC of Reading de un exiliado norteamericano en Paris, llamado naturalmente: Ezra...