A veces siento que el exceso es hermoso. Olvidarte de todo por unas horas que parezcan días y en esas horas beber como un maldito afortunado, de poder escaparse del sistema por un segundo que parezca eterno. Es bello olvidar. Jugar a cazador de sueños. Hablar por unas horas con gente que llega a la cantina sin ganas de vivir y hablarles de éxitos futuros e imposibles. Cambiar en ellos la tristeza por una buena sonrisa colmada de ron. Pero es tan peligroso no querer reflejarte en ese espejo, mientras tienen la certeza de que ya estas a dos pasos de conseguir un pasaje sin retorno. El suicidio es una cosa triste, pero alivia a muchos. La muerte lenta también puede convertirse en una copa alegre. Llegan migrantes, gente olvidada con el perfume de la noche, carajo, con el perfume de la muerte. Llega gente impregnada de fantasmas. Anoche pase la noche soñando con fantasmas ajenos, tengo tantos adentro que los de afuera ya no me asustan. La resaca abre puertas de donde salen en bandada las aves de mi interior con un aliento húmedo y tibio. Pero nada brilla, nada alumbra el salir oscuro de miles de sueños y aves, de pesadillas infinitas donde sigo perdido en mis sueños recurrentes.
Hoy, que todo pasó, encuentro un cortaúñas, una rasuradora y un cepillo de dientes. Me espera el tren que finge ir lento, el tren bala que me hará pensar que todos esos tragos eran veneno y todas esas caras curtidas eran de muertos.
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