Siempre recordaré a Javier Payeras en la entrega del libro de Julio Calvo. Salió de una fila de sillas, porque en realidad, para esa ocasión, nada en aquel salón del Fondo de Cultura Económica era ordinario, los expositores y el mismo autor estaban sentados del lado de los espectadores. Javier empezó un discurso muy fluido con un contenido denso y mundano sobre acontecimientos en la literatura guatemalteca. Me quedó esa imagen rondando, y aún cuando comíamos cangrejo y vino blanco, sabía que esa imagen era de esas que no iba a olvidar nunca porque no había entendido nada de lo que había dicho.
Me alejé un tiempo de todo lo literario, porque francamente creí que podía dejar de leer o escribir, pero no fue así. En ese tiempo me perdí de toda la producción literaria y tan sólo miraba a Maurice Echeverría bebiendo feliz en la misma tiendita de la zona 10 donde yo me emborrachaba todos los fines de semana. Esa vez que vi a Maurice aún llevaba el pelo largo y, no se imaginaba que interpretaría el papel del bueno en una película precisamente sobre la casa de enfrente de donde algunos nos bebíamos los noventas. El libro que acababa de presentar era Encierro y divagación en tres espacios y un anexo, y creo que fue el único que intente leer antes que Maurice se fuera con su amigo a Queens, con la única copia que llevaba.
Hace un año que empecé a leer literatura guatemalteca en serio. No la leía porque estaba metido en la búsqueda de un tema, entre Hemingway y Vargas Llosa, que por alguna razón se me habían presentado como una posibilidad para interpretar todo lo que había visto en un viaje largo por Guatemala. Mis amigos me hablaban de Luís Lión, de Mario Payeras, de Quiroa, de Enrique Noriega, Dante Liano, y hasta mi antigua novia sabía quién era Isabelita de los Ángeles Ruano. Conocía a Julio Calvo y a Simón Pedroza desde los primeros años de los noventas, pero sólo hablábamos, la mayor parte del tiempo, de música (por eso estaba en esa presentación de Julio, porque era mi amigo y porque había leído el germen de ese libro y me daba gusto que se lo publicaran). Había leído a muy pocos autores jóvenes, tengo que admitirlo.
Hoy terminé de leer Ruido de Fondo. Tengo que confesar que el primer capítulo no me conmovió tanto como el final. Al final yo estaba tratando de reírme y tratando de no llorar al mismo tiempo. Es vertiginoso, es una obra grande que anuncia un testimonio de una vida multiplicada. Ruido de Fondo es triste y alegre. Es fragmentario como un cuadro de Picasso; no está, ni parece, una obra acabada. Podría ser al mismo tiempo un catálogo de monstruos mesurados, un poema sobre la juventud de la post-guerra, un canto de catarsis del mismo Javier Payeras, secuencias de la película de su vida, sombras inexactas y lineales. La música de este libro es irreverente, pero no por lo que se cree, es irreverente porque el argot de la oscuridad es la barbarie desmesurada.
Javier Payeras es un tipo sonriente, siempre que lo he saludado esta sonriendo por algo incierto, algo de lo que no me entero, algo íntimo que lo hace un tipo carismático; pero al terminar de leer su libro, pensé, traté de imaginar el dolor secreto y la celebración espiritual que lo acompañaron hasta la última palabra, y que lo debieron agotar, como después de un gran orgasmo, con esa otra mujer que ama, que es la furtiva ciudad de Guatemala.
28/05/09
Me alejé un tiempo de todo lo literario, porque francamente creí que podía dejar de leer o escribir, pero no fue así. En ese tiempo me perdí de toda la producción literaria y tan sólo miraba a Maurice Echeverría bebiendo feliz en la misma tiendita de la zona 10 donde yo me emborrachaba todos los fines de semana. Esa vez que vi a Maurice aún llevaba el pelo largo y, no se imaginaba que interpretaría el papel del bueno en una película precisamente sobre la casa de enfrente de donde algunos nos bebíamos los noventas. El libro que acababa de presentar era Encierro y divagación en tres espacios y un anexo, y creo que fue el único que intente leer antes que Maurice se fuera con su amigo a Queens, con la única copia que llevaba.
Hace un año que empecé a leer literatura guatemalteca en serio. No la leía porque estaba metido en la búsqueda de un tema, entre Hemingway y Vargas Llosa, que por alguna razón se me habían presentado como una posibilidad para interpretar todo lo que había visto en un viaje largo por Guatemala. Mis amigos me hablaban de Luís Lión, de Mario Payeras, de Quiroa, de Enrique Noriega, Dante Liano, y hasta mi antigua novia sabía quién era Isabelita de los Ángeles Ruano. Conocía a Julio Calvo y a Simón Pedroza desde los primeros años de los noventas, pero sólo hablábamos, la mayor parte del tiempo, de música (por eso estaba en esa presentación de Julio, porque era mi amigo y porque había leído el germen de ese libro y me daba gusto que se lo publicaran). Había leído a muy pocos autores jóvenes, tengo que admitirlo.
Hoy terminé de leer Ruido de Fondo. Tengo que confesar que el primer capítulo no me conmovió tanto como el final. Al final yo estaba tratando de reírme y tratando de no llorar al mismo tiempo. Es vertiginoso, es una obra grande que anuncia un testimonio de una vida multiplicada. Ruido de Fondo es triste y alegre. Es fragmentario como un cuadro de Picasso; no está, ni parece, una obra acabada. Podría ser al mismo tiempo un catálogo de monstruos mesurados, un poema sobre la juventud de la post-guerra, un canto de catarsis del mismo Javier Payeras, secuencias de la película de su vida, sombras inexactas y lineales. La música de este libro es irreverente, pero no por lo que se cree, es irreverente porque el argot de la oscuridad es la barbarie desmesurada.
Javier Payeras es un tipo sonriente, siempre que lo he saludado esta sonriendo por algo incierto, algo de lo que no me entero, algo íntimo que lo hace un tipo carismático; pero al terminar de leer su libro, pensé, traté de imaginar el dolor secreto y la celebración espiritual que lo acompañaron hasta la última palabra, y que lo debieron agotar, como después de un gran orgasmo, con esa otra mujer que ama, que es la furtiva ciudad de Guatemala.
28/05/09
3 comentarios:
aceptá el abrazo de un amigo que aún no aprende cómo vivir (ni escribir)
Coincido con vos, mi encuentro inesperado con una literatura como RUIDO DE FONDO fue un sacacorcho para muchas botellas de mi vida...y sí, Javier es un gran tipo. Te mandaste con esta reseña, gotas de melancolís, nostalgia, afecto, de todo. Bien Lester.
somos los noventas, hijos de la gran puta, como dice el brother, una putita que se viste de imitaciones con sus piernas en la zona diez y el culo en la zona uno. saludos a los metaforicos amigos.
Buen libro Javier, a hora al mero royo con los dìas amarillos
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