Bajo la piel de las doncellas, de las niñas,
en el jardín y las sonrisas en el parque,
en los caballitos cansados, en los hombres
vestidos para el trabajo, o en las mujeres bonitas de
pelo suelto que perfuman el aire.
El sol avienta sus rayos plenamente, generoso.
Los árboles se agitan lentamente como relojes terrestres,
y salen de las nubes como agujas los vientos iluminados.
La poesía esta escondida entre lo viejo y olvidado, en los
ferrocarriles y las fotos de las mujeres del pasado, en el espejo,
en los zapatos gastados, en las márgenes de la ciudades y en
los barrancos de pobreza.
El esfuerzo de las manos en la rueda,
el brazo que mueve la rueca y el azadón,
el ojo que persigue a la gaviota hasta meterla en dos palabras en un libro,
el pie que empuja el acelerador,
y el pecho que resiste los ladrillos,
son el mecanismo de una poesía humana que debiera encontrar asilo en
los poemas que escriben los hombres,
en las profecías, en las novelas, en la vida detrás de la muerte que es
para siempre la vida cierta de la ficción.
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