viernes, 10 de febrero de 2012

DIXIE


Con nombre de músico de Jazz, un nombre que mi hermana le compuso. Era pequeña y juguetona. Tonta y cariñosa. Yo me encargué por un tiempo de sacarla a pasear a un campo en la parte de atrás de la casa. Al salir de estudiar la llevaba, un poco con la excusa de pasearla y pasearme a mi mismo, al punto que caía la tarde en medio de la noche.
Me gustaban los gatos. Mi primera mascota había sido un gato amarillo gigante de ojos transparentes y cola caleidoscópica. Leía un libro de esoterismo y por las tardes me empeñaba en verlo a los ojos como si quisiera adivinar lo que presentía. Luego mi madre lo regaló, porque decía que cada vez me miraba más flaco, por darle mi leche por debajo de la mesa. Pero mi cariño por esta perra Cocker Spaniel fue en especial por que no era solamente eso que todos miraban, sino era además una gata transmigrada a saber desde que remotos injertos. Además era una perra dragón, es decir, llevaba en la sangre algo de serpiente emplumada. Entonces, era una perra gatuna y a la vez tenía la chispa de un dragón de fuego. En el tiempo que tuve que ir a trabajar a Antigua Guatemala me la llevé por dos meses. Muchas veces regresaba extenuada por mis largas caminatas por el volcán de Agua o algunos pueblos de los alrededores. También estuvo en la presentación del libro de Rafael Romero, muy quieta escuchando mis carcajadas ante el libro carnaval de este gran camarada. 
Ahora la Dixie anda en otro viaje. Uno que tuvo que hacer sola, pero de vez en cuando la veo en las nubes mordiéndose la cola, ladrando.  
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