martes, 10 de mayo de 2022
Sara Sun
Inmediatamente al verla, esa navidad del año pasado, me recordé de una frase importante de William Faulkner (un escritor norteamericano, que debió nacer, más o menos, a unos 3.202,43 km de Seattle), donde reside mi tía Sara Rebeca Sun Guillermos, que dice “La gente no olvida mucho más tiempo que el que recuerda”.
Era la navidad del 2021, me nació del corazón pasar la navidad con mi madre, mi hermano menor y mis dos tíos. Casualmente esos dos tíos, son hijos de dos esposos de mi abuela, de dos etapas de su vida que se proyectan bastante bien en ellos dos. En realidad fue una buena idea volver, compartir y preparar una ensalada con uvas y leche condensada que nos quedó de buffet.
Regresé a la casa de mi abuela, esa memoria de cuartos de madera percudida, que luego fue demolida para construir una casa formal de block y terrazas, pues luego de cuarenta y cinco años estaba de nuevo en ruinas, con mis dos tíos solteros, pero con mi madre allí, la más sufrida, con el ánimo hasta el techo. Parecía una reminiscencia de la voluntad y carácter de mi abuela, al tratar de obviar la destrucción. Con su espíritu habitual, mi madre estaba jovial y desinteresada en ahondar en nada que fuera desagradable como enfocarse en los errores y vicios o recuerdos ingratos; era navidad, noche de paz, noche de amor, y punto.
La cena fue magnifica, pollo asado a la leña, ensalada fresca, rodajas de pan sándwich, Coca-Cola o Sprite, Sangre del crucificado. Esa es mi familia, que yo tampoco quise una perfecta, ni una mujer con un empleo burocrático o con aspiraciones domésticas, así que todo estaba allí en su lugar como en cuadro de Picasso llamado Guernica.
Entonces se abrió la comunicación vía internet, Seattle-Guatemala, la familia Fouar también fragmentada en madre e hija, que gracia para el mundo tantos desfases. La vi allí desde el computador, sentada, sonriente en su sofá de su casa, al lado de su hija Michelle, como si fuera una refugiada judía. Hay que anotar, para los que no saben, que digo esto con el justo precio que conlleva salir de un país en llamas, ya que ella siempre fue muy trabajadora, y creyente de resistir con todo amor a la familia, batallar un país sitiado por generales asesinos y locos, democracias débiles, corrupción y revoluciones mediocres, así que al verla tan lejos en el confort de su sala, me alegre mucho verdaderamente por ella y por muchos latinos.
He oído testimonios de varios sobrevivientes, de Israel, África, China, Alemania, toda Centroamérica, y Rusia, y nada se compara con la neutralidad norteamericana y su favorable desigualdad étnica entre la comodidad confortable que ofrece este sistema que para bien se ofrece al mundo como la tierra de las oportunidades, de los hombres libres y valientes.
Yo soy de otra generación. Nos tocó la firma de la paz y un mamotreto panfletario que se le dio en llamar Los Acuerdos de Paz. Pero soy escritor y eso me abre puertas. Hablo con mi propia voz. Agradezco a Dios que todos mis familiares, aunque segregados o invisibilizados, fueron felices a pesar de todo, y como ese gran porcentaje del mundo que viven sus glorias y sus tragedias y las superan, en un mundo enorme y de rostros y lenguas distintas, nos une la sangre hermana, aunque ahora suene palpitante.
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