Creo en Santa
Yo fui el impertinente que le
dije a mis sobrinos que Santa Claus no existía. Me pasé de listo. Ayer tuve la
certeza de que en el Polo Norte un gordito en camiseta y la barba marxista
estaba empacando nuestros regalos. Hasta puedo asegurar que ninguna de las
historias que se han contado es falsa.
Santa Claus existe y es tan
cierto que hasta le voy a dejar un vaso, no de Coca Cola, sino de leche y
galletas de chocolate, para que no se le suba la presión. A esa edad ya debe
ser incomodo hacer un viaje alrededor del mundo en condiciones tan tremendas
como un trineo.
Hasta hice mi carta, y en la
primera línea le pedí disculpas por andar pregonando que no existe. Recordé esa
bicicleta y el saxofón que yo le había pedido en dos ocasiones cuando mi abuela
vivía y nos íbamos a la sexta de compras, y encontrábamos tantos santas
repetidos, unos más flacos que otros.
Todo
esto lo cuento, mientras oigo el saxofón de un Santa en la sexta. Yo sé que
Santa se lo quedó, con tal de que no me decepcionara, al darme cuenta que era
imposible que yo tuviera el oído de Charlie Parker. Lo de la bicicleta, lo
cumplí cuando ya pude ganar algo en un centro comercial.
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