En realidad ahora
pienso y dudo, si fue cierto ese llanto de ella al decirme que ese hijo perdido
pudo haber sido mío. Pero no lo puedo creer. Toda la vida me he salvado de ser
padre con el único recurso fantástico de implorar antes de hacer el amor. Pido que
no sea varón ni hembra sino una idea la que nazca. Las ideas no son tan humanas
hasta que se las deja ir por ahí con padres adoptivos. Las ideas nacen y se les
puede mantener guardada, mas no se les puede prohibir crecer de boca en boca.
Pero no era eso lo que quería hablar sino de ella llorando en la orilla de la
cama. Claro que se había bebido más de tres litros y claro que yo también
estaba drogado, pero sobre todo su llanto que no me lo puedo arrancar del alma.
Me decía como entre quejidos que yo no sentía lo de nuestro hijo. Si, se
atrevió a llamarlo nuestro, después de decirme que había estado con un fotógrafo
australiano que le había tomado fotos desnuda y luego había hecho con ella lo
que se hace con las tunas, le quito todito lo que le sobraba para
probarla dulzura de sus tetas de nena y su hermoso culo de reina. Pero
ahí estaba yo sintiéndome contrariado, porque pena no tenía, tampoco tristeza,
menos culpa, lo que tenía en ese instante era unas ganas de un trago en otra
parte y que pasaran las doce y amaneciera.
Pero ella llorando y yo a verga no éramos una pareja ejemplar, tal vez éramos
ejemplarmente unos idiotas. Por lo pronto me dediqué a calmarla y a buscar
donde tenía más pisto para salir por un litro al putero mas cercano. Se dormía
rápido era lo bueno y a mi que me encantaba platicar con la putas, aprovechaba
para salirme y llegar a unas cuadras a la tienda esa donde vendían comida para
todos y había para beber hasta que el cuerpo aguantara caer o elevarse. Pero
eso era otra cosa, ahora lo que me preocupa es si ese pequeño de verdad era mi
hijo. En realidad no lo he creído nunca pero ya saben ustedes que un hombre
niega hasta sus propios hijos siempre, es el mal del latino. Bueno si fue mío,
murió. Si no fue mío también murió. Pero siempre he creído que desde entonces
nos unía únicamente la lastima y el agradecimiento en pociones infernales. Eso
nos unió, un ángel para un final. Nos unió su llanto que nunca oímos, su tibieza que nunca
sentimos, su arrullo que nunca conocimos, y entonces ahí estábamos los dos,
juntos, maldurmiendo con pesadillas y empujones en una cama donde podría
solamente caber el amor y no nosotros.
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