El hombre se acercó hasta nosotros y nos preguntó si nos podía servir en algo.
- Ando buscando a una persona –dijo ella. Caminaba sobre la grama de un extenso camposanto.
El hombre era un vendedor. Le pidió los nombres y apellidos del difunto. Caminó unos pasos y luego giró haciendo una señal con su mano derecha. Vimos la lápida. El vendedor de traje azul nos extendió inmediatamente, luego de algunas preguntas de rigor, un plan de servicios funerarios. Lo vi irse caminando, sorteando los restos enterrados directamente en la tierra, adornados con flores de plástico que limitaban perfectamente el rectángulo de su propiedad. Había diferentes decoraciones que parecían hechas por niños ayudados por gente mayor. En conjunto el camposanto era una exhibición de manualidades y, sólo se percibía la vida a lo largo del cementerio por los restos coloridos de una infinidad de materiales. Me acosté en la grama recién cortada. Ella limpiaba con agua las lápidas. Me miró. Cortó con destreza los tallos de las flores y decoró el sitio. Yo miraba al cielo blanco de nubes ásperas tendido sin pensar nada. Pensaba en el fondo en algo absoluto para concebir la muerte. Me sentí de pronto en el lugar de mi entierro, pero fue momentáneo. Ahora estaba lúcido, con algunos años extra, oliendo a Shampoo y sintiendo todo todavía con la maravilla del descubrimiento. La muerte era falsa entonces. Estaba más vivo que nunca. Entonces me dijo:
- Estas flores son muy caras.
- Habría que ir a comprarlas al Cementerio General.
- Es caro morirse.
Al salir del cementerio vimos un letrero que decía:
- Ando buscando a una persona –dijo ella. Caminaba sobre la grama de un extenso camposanto.
El hombre era un vendedor. Le pidió los nombres y apellidos del difunto. Caminó unos pasos y luego giró haciendo una señal con su mano derecha. Vimos la lápida. El vendedor de traje azul nos extendió inmediatamente, luego de algunas preguntas de rigor, un plan de servicios funerarios. Lo vi irse caminando, sorteando los restos enterrados directamente en la tierra, adornados con flores de plástico que limitaban perfectamente el rectángulo de su propiedad. Había diferentes decoraciones que parecían hechas por niños ayudados por gente mayor. En conjunto el camposanto era una exhibición de manualidades y, sólo se percibía la vida a lo largo del cementerio por los restos coloridos de una infinidad de materiales. Me acosté en la grama recién cortada. Ella limpiaba con agua las lápidas. Me miró. Cortó con destreza los tallos de las flores y decoró el sitio. Yo miraba al cielo blanco de nubes ásperas tendido sin pensar nada. Pensaba en el fondo en algo absoluto para concebir la muerte. Me sentí de pronto en el lugar de mi entierro, pero fue momentáneo. Ahora estaba lúcido, con algunos años extra, oliendo a Shampoo y sintiendo todo todavía con la maravilla del descubrimiento. La muerte era falsa entonces. Estaba más vivo que nunca. Entonces me dijo:
- Estas flores son muy caras.
- Habría que ir a comprarlas al Cementerio General.
- Es caro morirse.
Al salir del cementerio vimos un letrero que decía:
PROHIBIDO APRENDER A MANEJAR AQUÍ
Es muy raro. A la par del cementerio había un parque de diversiones grandísimo y los gritos y risas, los ruidos más ardientes de la felicidad eran la música que adornaba las flores recien compradas
1 comentario:
Hola Lester, vine a conocer tu blog y está muy bien. Saludos, y gracias por pasar por el mío.
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