(*FAVOR LEER ESTA NOTA PENSANDO QUE HOY ES MARTES)
Ayer llegamos al bar El Olvido. Iba con Norma Chamale, que le parecían sombras cada una de las esquinas hacia el lugar. Los travestis de la calle siguiente se volvían y miraban sin atención a los carros y sus luces sucias en esa noche húmeda y fría. Alguien pasaba frente a nosotros y parecíamos rogar por que no fuera siniestro ni malévolo. Todos iban sin sombrilla, mojados y con la mirada dulce de los que no le temen al agua. Pero aún así caminábamos atravesando la zona uno como si fuera parte de los pasillos de nuestra propia casa. Al llegar oímos el lugar vibrando con una rara luz olvidada. Norma conoció por primera vez El Olvido al probar el vaso con hielo, ron y Coca Cola. Adentro, en la habitacioncita intima se fermentaba la amistad como un agave fonético, voces de varios humanos que jubilaban la monotonía de una palabra. Alan me presentó a los primeros poetas mexicanos que encontré en la entrada, Javier Payeras a Ivan Osorio, quien era versado en asuntos serios de la movida editorial en México. Un joven poeta, a la par mía estaba visiblemente feliz, decía a todos que era su cumpleaños y llevaba como medallas al pecho, dos etiquetas rrancadas de los litros de cerveza Cabro: era nada más y nada menos que Benjamin Morales, a quien fue revelado el enigma de la noche. Vio delante de él a una mujer y le dijo:
- Tú te vistes muy hermosa.
- No sabes lo que estas viendo Benjamin –le advertí.
- Qué es –pregunto el.
- Ella es un poema corpóreo –le dije, viendo a la mujer –, cada vez que habla sus ojos se iluminan, tiene el talento de borrar la luna con una sola mano, y suele devolver al cielo estrellas que teje con sus deditos –terminé sonriéndole.
- Pero estás enamorado de ella –me dijo sorprendido.
- Cómo no estarlo si es mi novia –le dije, viendo a Norma quieta, hermosa y segura, con su güipil celeste bordado en Chiapas.
- Ya que sos cronista –me dijo mostrándome el pecho –hay hablas de esto y de mi cumpleaños.
- Es un trato.
Terminamos la noche hablando de Carlos Monsivais y su feliz muerte de sabio gracioso, y al final se nos apareció en una de las esquinas del Olvido.
- Tú te vistes muy hermosa.
- No sabes lo que estas viendo Benjamin –le advertí.
- Qué es –pregunto el.
- Ella es un poema corpóreo –le dije, viendo a la mujer –, cada vez que habla sus ojos se iluminan, tiene el talento de borrar la luna con una sola mano, y suele devolver al cielo estrellas que teje con sus deditos –terminé sonriéndole.
- Pero estás enamorado de ella –me dijo sorprendido.
- Cómo no estarlo si es mi novia –le dije, viendo a Norma quieta, hermosa y segura, con su güipil celeste bordado en Chiapas.
- Ya que sos cronista –me dijo mostrándome el pecho –hay hablas de esto y de mi cumpleaños.
- Es un trato.
Terminamos la noche hablando de Carlos Monsivais y su feliz muerte de sabio gracioso, y al final se nos apareció en una de las esquinas del Olvido.
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