-El día domingo para mi es un día esotérico. Los sábados estudio el idioma francés esté o no en clase. Entre semana, en este año me he dedicado a leer a la mayoría de escritores buenos de Guatemala. Ahora estoy fascinado con Rodrigo Rey Rosa, a quien siempre me encuentro en esta temporada en los lugares menos pensados. Rodrigo es un voyager. Su literatura es ficción y recreación de la imaginación. Uno de los mejores ejemplos de su arte es Tren a Travancore, no podía creer que lo leyera en dos días sentado en la biblioteca por dos horas diarias. Intento entrevistarlo luego de leer El Material Humano. Haber que pasa. Rodrigo puede subirse a un avión hoy mismo si quiere y regresar a Paris o Marruecos, o quién sabe a donde.
-Los domingos son días para meditar. Ir a un café y agotar las horas leyendo el diario. Escribiendo en una servilleta, bebiendo vino o queriendo ser sacerdote con un buen trago de ron de olla. En fin, la vida es diversa. Los últimos fines de semana los he dedicado a meditar de esa forma absolutamente bella que es estar ebrio. Pero los días cambian y traen trabajo. Leo a Washigton Cucurto, Cesar Aira y a Alan Mills, regalos de Javier Payeras de la colección Mata Mata. Me divierto con el Buenos Aires de Cucurto, con sus mujeres.
-El domingo es un buen día para invitar a alguien a una Bienal de Arte. Invité a CS, que además de buen gusto, ella sabe contarme historias tan entretenidas que parecieran de la vida real. Hicimos el recorrido desde el Bar Central, donde me enamoré de las fotografías de Jaime Permuth, y las fotografías radiográficas de una urbe de Andrea Aragon, y la extraordinaria vision de Ceibal. CS, es futurista, sus ojos bellos recorren el ambiente hasta el sitio donde un pequeño ídolo de la Torana nos da la bienvenida con billetes de a cien imaginarios. Fuimos a la Casa Ibarguen y nos gusto mucho un video de Jorge de León en el que se pretende hacer surcos en la arena de una playa. El amor es un veneno sagrado y el mar era una metáfora. Salimos a la entrada del antiguo edificio de correos y vimos las armas de hacer daño de Dario Escobar, la instalación tan hermosa de Maya Lemus, que en Cakchikel es Q’uch ü ch: el ruido que hacen las ramitas secas cuando se quiebran un monton, el lenguaje proyectado de una forma absoluta. Angel y Fernando Poyon con sus alucinantes y básicas propuestas, deconstruyendo el mapamundi, y un reloj de Ángel que analiza el tiempo de un desaparecido con referencia curatorial de los poemas de Rosa Chávez. Fuimos más allá tomados de la mano, como viejos amigos, como nuevos pretendientes, como buenos amantes de lo imprevisto. Almorzamos con Abel López en Mi Verapaz, con cervezas, sopa de pollo y una carne adobada que llevaba implícita la megalomanía de una rockola en la otra habitación del restaurante, vecina de la Capilla Octavina, donde Abel caza miradas a su propuesta. Una sala entera llena de arte por los cuatro costados. Están las manos de Ramirez Amaya, una mujer que Abel le da aliento y vida en rosa y plateado, frases como “Si usted cree que la educación es cara, pruebe con la ignorancia”. Muchos comensales beben octavos de ron y presencian casi con vergüenza a una pandilla de extranjeros que toman fotos a diestra y siniestra. “Algunos me preguntan, que si yo les compro los octavos a la gente”, me dice Abel, al referirse a su bella instalación en un secreto refugio de amantes a la vida y al trago, a la convivencia y al buen gusto. Porque los almuerzos de este lugar son grandiosos. Esto le pertenece a Trudi Mercadal, pero diré que por 13.00 quetzales uno sale muy bien servido. Abel nos siguió contando de su experiencia, mientras unos pintores felices invitaban a mi amiga a reírse con ellos con frases como “acá es el verdadero bar excéntrico, acá todo es real, es la capilla de la gente sincera”. Y todos nos volvimos reales por un segundo.
-El día viernes, dos días antes, llegamos con Ángel, Dorian y Ricardo a Mi Verapaz, tomamos cervezas y comimos tortillas con queso. Ricardo venía con un raro malestar por el arte conceptual, y fue tal su expresión de rechazo que hizo un pequeño performance; arriba la foto.
Abel López, creador de la Capilla OctaVina, y gran amigo.
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