viernes, 13 de febrero de 2009

ERNEST HEMINGWAY A PESAR DE LA MUERTE





Para colmo, el mal tiempo. Se nos echaba encima en un solo día, al acabarse el otoño. Teníamos que cerrar las ventanas de noche por la lluvia, y el viento frío arrancaba las hojas a los árboles de la place Contrescarpe. Las hojas se pudrían de lluvia por el suelo, y el viento arrojaba lluvias al gran autobús verde en la parada de término, y el Café des Amateurs se llenaba y el calor y el humo de dentro empañaban los cristales. Era un café tristón y mala sombra, y allí se agolpaban los borrachos del barrio y yo me guardaba de entrar porque olía a cuerpo sucio y la borrachera olía a acre.

Ernest Hemingway, Paris era una Fiesta.



Al terminar de leer Sun Olso Rises, de Ernest Hemingway en aquel Café Oro en medio de árboles y una agradable brisa, sentí lo que todos sienten por Hemigway: una gran devoción por un trabajo honesto, claro y sencillo. No había sentido interés de leer más de una vez algún libro, salvo Los Miserables de Víctor Hugo, tres veces, por el puro placer de revivir lo que había vivido a la primera leída.
Fiesta, el título en español que le asignaron a esta obra de Hemingway, la leía por segunda vez, y al terminarla entendí que debía ser uno de esos libros que jamás olvidaría.
La novela tiene un argumento sencillo. Podría ser la crónica de un viaje, la descripción de la fiesta de Pamplona, y la historia de lo efímero de la felicidad humana. Un grupo de expatriados norteamericanos son los protagonistas de esta historia; y una mujer liberal, glamorosa, y tan perdida como los otros que nunca se da cuenta del conflicto que desata en Robert Cohn y el narrador. Hemingway escribió esta novela con recuerdos de un viaje que hiciera el mismo a España, y al terminarlo le puso de epígrafe un verso de Eclesiastés y una frase que le dijera Gertrude Stein en una tarde que Hemingway la encontró de un humor terrible y le dijo “Todos ustedes sois una generación perdida”.
Hemingway había sido periodista del Toronto Star y enviaba cuentos a un periódico alemán, que era el único sitio donde le pagaban por unos poemas obscenos y sus primeros cuentos. Vivió en un cuarto en el que tenían el peor toilette que hayan visto. Todo lo soportaba por el gusto de escribir. En ese cuarto escribió Sun Olso Rises, y luego lo corrigió lejos del Paris sucio y adorable de esos años.
Me costo muy barato El Viejo y El Mar, de esos ejemplares que vendían hasta en la sexta avenida de la zona 1, en papel periódico, que valían ocho o diez quetzales. Toda la experiencia de un hombre a bordo de su propia barca en contra de todo, hasta del destino, y de cómo lucha con un formidable, hermoso y sobrenatural pez hasta la muerte, el desfallecimiento, y logra vencerlo con paciencia y técnica. Con un conocimiento de sus limites y de lo que puede hacer el pez por liberarse de eso que lo somete, y luego cómo el viejo debe pelear cuerpo a cuerpo contra la ira de los tiburones, solo, viejo, y sin más herramientas que su miserable remo. Una metáfora grandiosa donde se mostraba una destreza narrativa y técnicas mágicas como la del Iceberg, en la cual se escondían tres cuartas partes de la historia para darle fuerza al relato.
Muchos escritores latinoamericanos, entre ellos Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y el bueno de Gabo Márquez, hablan en diferentes notas de prensa de su profunda admiración por su trabajo, por sus enseñanzas, por la disciplina que les enseño desde sus libros, y por el secreto conocimiento de las técnicas para recrear la ficción.
En Contra Viento y Marea, el escritor Vargas Llosa resalta párrafos de su libro A moveable Feast, en el que relata como escogía los lugares para escribir y el poder que ejercían las apuestas de caballo y las carreras. Sus viajes a África y el gusto por los deportes al aire libre. Vida la de Hemingway, galardonada con el placer de vivir en lugares disímiles y que a la vez, en sus obras cobran unidad, una unidad espiritual de la naturaleza humana.
Pero una de las más breves y cariñosas notas fue la de Gabriel García Márquez: nos habla de Hemigway en Un hombre ha muerto de muerte natural, sobre la muerte del escritor norteamericano luego de pegarse un tiro de escopeta. Gabo tenía un día de estar en México cuando fue notificado por un amigo. Recuerda la tragedia como algo que le marcó un antes y un después en su trabajo. Fue en esas notas de prensa donde me presento a su mentor con una admiración grande por la orfebrería de su lenguaje, y me enamoré de su prosa.
He leído Por quién doblan las campanas, A través del río y entre los árboles, todos o la mayoría de sus relatos, la entrevista que le hizo Georges Plimpton, del Paris Review. Que hoy estoy por terminar y es donde el maestro habla con tanta naturalidad de sus secretos de mago. Leí también Adiós a las armas, y finalmente Paris era una fiesta, que fue por mucho tiempo mi libro de cabecera, el que leía cuando algo me salía mal, cuando me sentía muy solo como una moneda de centavo en las manos de un millonario, cuando me cuestionaba la existencia, cuando quería escribir algo que valiera la pena tan sólo para mi. Allí estaba el libro que empezaba recorriendo Paris con una soltura juvenil y un amor tan intimo, un goce de cada trago de cerveza, cada sorbo del jugo de las ostras, cada conversación en las terrazas de Deux Magotts, cada lugar que nombraba de la ciudad francesa me llevo a inscribirme en los cursos de francés y a mirar ha Francia como destino, cuando toda mi familia idolatraba Norteamérica y hacía hasta lo imposible por ir a Los Ángeles. Ya antes pude sentir en Víctor Hugo ese pulso universal de Paris, y algunos textos de varios escritores latinoamericanos residentes en esta ciudad y revelados por un libro carísimo que sacó a la venta Editorial Norma, se llamaba La Ciudad de las Palabras y eran fotografías de un tal Daniel Mordzinsky, sin nada de novedoso y mucho de pretensión, pues los escritores nos son modelos de pasarela y algunos como Sábato o Nelida Piñon, y un Cesar Aira, salían como recientemente sacudidos por los sueños de una noche interminable (sin mencionar al triste tigre de Cabrera Infante que parecía un simio sabio sentado sobre una pila de libros). Sólo a mi se me ocurrió gastar plata en ese libro; pero me quedaron los textos de muchos latinos, entre ellos , Cortazar enfundado en la piel de un grizly y con unos lentes como lupas y con un texto a su manera, de que uno no elige la ciudad, sino la ciudad lo elige a uno, y que Paris es un ente vivo, viviente, donde la gente y el paisaje es una ósmosis que crece… y así se va el peludo, hasta su Rayuela donde la Maga encuentra al Horacio que le huye.
Tengo en lista de espera Muerte en la Tarde, y Tener o no Tener del Hemingway inolvidable, y espero leerlos antes de que se me termine el vino de la botella, es decir, es otro de mis propósitos para éste año, aparte de publicar unos cuentos.

2 comentarios:

Argeseth dijo...

Es cierto, la ciudad lo elige a uno, como también algunos libros muy especiales. París y Rayuelo son buenos ejemplos, y en lo que concierne a Hemingway, creo que lo he tenido mucho tiempo en la lista de espera.
Saludos.

espacioL dijo...

Rayuela, que gran libro, despues del Ulisses de James Joice, y Cambio de Piel de Carlos Fuentes. Saludo, ¿y parace que estas viviendo en Paris, no es así?

Picto—grafías

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