martes, 29 de diciembre de 2015

FAST MOTION IN MEMORIAM




Hay un personaje llamado Cuellar en la novela Los Cachorros de Mario Vargas Llosa, que luego de un hecho traumático de la infancia, empieza a vivir una vida acelerada, al punto que termina muriendo en un accidente en su propio automóvil. La velocidad con la que se narran todos los hechos, dan una idea de la pasión y también desesperación con la que le urge vivir todo, que en suma, lejos de la imagen brillante de rock star, es evidente el enfado y la insatisfacción de las circunstancias del entorno. No está conforme y, a falta de una válvula de escape como el arte o alguna otra distracción humana (como la de formar una familia y tener hijos), encuentra en el riesgo su definitiva protesta. Yo mismo y muchos de nuestra generación vivíamos a fast motion entre los noventas y principios del dos mil.
Fue en 1997 o 98, que se graduaba un amigo, que por cierto no había visto desde hacía mucho tiempo. De una acera a la otra me grito que lo acompañara a celebrar. Muchos otros, también del famoso Ciudad Vieja estaban allí en La Caseta de Don Robert, en un semi-sotano del Geminis 10. Nunca más, gracias al cielo, he visto un reducto tan generoso como ese en esos años, junto con el mítico Café Oro, eran un hervidero de amistad. Yo trabajaba, en una agencia pequeña de publicidad e impresión digital en el Topacio Azul, de donde me fui escapando los fines de semana a esa playa de bohemia en los arriates. La moda era llevar una botella de cerveza en la mano.
Este amigo era un alma libre y desbocada que, luego de algunos años, después de conocernos en la zona 5, en el grupo Scout, de donde lo recordaba por su facha intacta como salido de su primera comunión; al encontrarlo ahora, exaltado por los Doors y Cia, y todos los licores posibles e imposibles, no lo lograba reconocer. Ahora el bien portado era yo, pero no iba a ser por mucho tiempo, ya que trabamos de nuevo amistad y fuimos a conciertos, como el de Héroes del Silencio y nos llenamos de lodo hasta las rodillas en el antiguo terreno de la Plaza de Toros. Semana Santa era la más pagana y aquel se iba desde el lunes a la sagrada Panajachel. Yo tenía que esperar los miércoles a medio día para salirme del trabajo y tomar un bus a la gloria. Lo encontraba el jueves feliz, en una mesa llena de desconocidos que ya eran sus amigos, impulsado a todos a beber con manguera, de dos tragos esos litros que antes nos parecían interminables; todo en esas carpas improvisadas de la Gallo en la calle Santander. Eran los noventas y se nos fueron de las manos tan rápido como la moda Grunge.
Claro, qué hombre no las tiene, había amargura, cosas irreconciliables que, como yo, llevábamos en una bolsa familiar. Me las contó mucho después, esas cosas personales que nos hablamos, como amigos y hermanos, ya cuando los dos habíamos tocado fondo y tomado aire, ya cuando por azares nos encontramos de vecinos trabajando por todo un año en la Antigua, aquel en Claro y yo en una escuela en las faldas del volcán de Agua. Fue en esos andares cuando jugábamos a la ruleta rusa con los mezcales ilegales del Café No Sé. En una de esas también tuvo un accidente, no tan grave en su moto. Luego nos reíamos viendo películas de Woody Allen que era de su predilección y hablábamos de Kurosawa, que para mí era mejor. No le podía contradecir porque se volvía una máquina de argumentos.
Aquel había estudiado teatro. Era bueno. Tuvo como maestro a Herbert Menéndez. No sé si antes o después, había estado estudiando cine en Casa Comal con Julio Hernández Cordón como maestro. Pero el teatro fue su fuerte, y lo desarrolló con más gusto en la comedia. Allí si nadie le ganaba. Escribía poesía, y si, era tan carismático que se hacía amigo de todos con los verdaderos códigos de lealtad.
Sé que nada de lo que trate de escribir recuperará la vitalidad de algunos recuerdos. Estoy escribiendo en tiempo pasado y me parece una mala broma escribir así de un cuate que tenía tanta vida por delante, tanta ganas de chingar, como decimos. En Facebook hay una lista de amigos y conocidos diciendo “hasta pronto”, contando como yo las anécdotas, la velocidad a la que viajamos. La red social del absurdo, porque no acepto, tanto como cuando murió mi hermana, esa realidad. La larga lista de fotos, comentarios de hace apenas unos meses, el crash de la luz y la imagen, la contraseña que solo él sabe para escribir de nuevo:
Break on trough to the other side
Break on trough to the other side
Break on trough to the other side

lunes, 21 de diciembre de 2015

¿Y vos, dónde la vas a pasar?




¿Y vos, dónde la vas a pasar?
Frente al Palacio Nacional de la cultura escuché esa misma pregunta que acababa de oír en el Transurbano, una pregunta que a mí no me importado tanto desde la treceava navidad que pasaba en familia. ¿Dónde la vas a pasar? Suena a algo inminente y terrible, pasar una hora, las doce de la noche. En familia, nos remite a juntarnos una vez al año y compartir un pavo o un tamal. Hacer el conteo de todos mis primos, tíos y ver en realidad cuantos no estaban. En aquella época solo faltaban algunos hermanos de mi abuela, algún tío; ahora sí que son varios y entre ellos una hermana menor que yo.
Pero todos crecimos y ahora nos damos cuenta que solo los ojitos de mis sobrinos esperan con cierta ilusión esa hora terrible para romper papel y moñas. Después de todo me alegra por ellos, son una esquirla de esperanza desde la explosión de esa granada de fragmentación que fueron todos los hechos sumados de un año.
Particularmente yo la he pasado en todos lados. Primero en familia y cuando se fue poniendo tedioso eso de esperar las doce viendo películas viejísimas de Rudof o de Frosty, terminé una noche visitando a unos amigos; luego en la zona 1 una vez que celebraron una fiesta llamada Navidavison; otra noche en Panajachel con una amiga; la otra vez con la familia de una novia de un tío, y siempre es lo mismo.
Pueda ser que he llegado a un nivel de apatía terrible y parezca un amargado o Grinch como el personaje de Dr.Seuss, pero tanta repetición me aburre. Tal vez la solución sea preguntarle a otros ¿y vos dónde la vas a pasar? Y si de repente es una fiesta, o ayudando en la Municipalidad a pasar tamales y ponche, a gente que en realidad, cuando les preguntaban eso no sabían que responder.

Domingo/ Una hora después-


Eso era todo.
Una historia rota en pedacitos.
Un vidrio sucio desde que no se reflejaba el sol.
Una página en blanco y un lápiz sin punta.
Una flecha que escribe.
La reja oxidada.
Los escaparates llenos de cervezas baratas.
La Nausea.
Sobre todo la música a todo volumen vomitando
tantas historias tristes
y a todo volumen.
Unos zapatos de tacón alto
entre todas las latas vacías.
Un peon tratando de ser rey entre las mesas de ajedrez
de la cantina.
Enumeraciones.
Números invisibles de nombres.
Listas de palabras sueltas.
Sin sentido pero en fila.
Lo que dura el miedo a la existecia.
Mañana lloverá en Bouville.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

LUNES LEJOS





Con la misma ropa por tres
salto hacía la calle mar
soy un pez urbano
tu coraza de risas ha muerto
ahora solo sonríes
y te carcajeas por dentro con todo y danza

macabra mirada de león
no soy español
fui portugués en mi memoria de apellidos
indi en mi sangre culinaria y gourmet
mi abuela fantasma
aun moliendo en su molino de piedras
la semilla de estas hojas de mi

voy cayendo horizontal en la avenida
igualmente acompañado de todos ustedes
que leen.

martes, 24 de noviembre de 2015

Te Prometo Anarquía/ Película de Julio Hernández Cordón


...el último aliento que nuestros padres llamaron futuro
y que en realidad viene vestido de presente
no se siente
no es complaciente
es el único que se atreve a hacernos frente
... vamos a reinar en el cielo y en una ventana rota.


Entre la cotidianidad me ha llegado el rumor de una película y he querido ir a verla. Encuentro algunos obstáculos. Uno de ellos es que es muy sencillo tomar el transmetro del Centro Histórico, pero es imposible, ya frente a la Tipografía Nacional, tener paciente el corazón y el alma ante tanta, tantísima gente apertrechada a la espera de un bus. Nos bajamos como podemos de la estación, sorteamos gentes y desesperaciones enfrascadas en cuerpos sudosos y mojados por la lluvia, luego brincamos las bardas y dejamos la largas y tediosas colas y colas de gente.

Cenamos en Little Cesars, una pizza circular que rompemos en triángulos, una Fanta y una Sprite nos relajan. No hay prisa después de media hora, el tiempo que ha durado nuestro almuerzo atrasado. Entonces salimos a la calle y escurre las gotas de los toldos rancios, pero ya es diferente. Un cigarrillo y decidimos todavía ir a ver Te prometo anarquía una película que he oído solo en rumores, pero es de Julio Hernández Cordón y eso ya es cierta garantía. A parte de llevar el nombre de un blog de Rafael Romero, uno de los primeros preocupados por antologías de gente que escribe poesía, hace narrativa o toma fotografías.

Todo ese prólogo se extiende por meses antes, hasta que estamos sentados ya, luego de una tierna caminata trazando zig zags, mi compañera y yo. Estamos enamorados y no nos damos cuenta. Es normal, es como ir en un tranvía y pensar que los andenes son los que van volando. Estamos ya allí y está lleno de gente, algunos directores nacionales, gente que le gusta el cine, curiosos, ojos curiosos. Pero ya en la silla a mí me asalta la sensación de que el lugar se va llenando de una forma desbordante. Volteo a ver, desde la primera fila y logro distinguir caras conocidas de algunos, tal vez muy pocos. Los demás son el desborde. Hay cojines frente a nosotros para mayor comodidad. Hacen un saludo y las cabezas llegan hasta la puerta y el lugar es grande, está lleno, tan lleno como la estación de un transmetro:


Zaping sin control remoto:
La vida real a veces es un zapping del pasado al presente y de regreso. De pronto todo podría ser de nuevo en blanco y negro como si estuviéramos dentro de una pantalla de televisión y fuéramos los pioneros del siglo. Luego todo es colores de nuevo y cada flash back nos relaja la vista con su degrade en grises. La historia del amor que nos han impuesto es la normalidad bíblica, luego está la inmoralidad, cabal al cruzar del gris al hipercontraste de colores. Pero todo ha estado siempre allí, incluso entre el blanco y negro de esos cines de los años treinta había secretos amorosos y sexuales que hubieran parecido diabólicos. Pero hablemos de la película de Julio, ya después de tanto engolosinamiento verbal y de tratar de explicar que todo ese vértigo es posible antes y después en la historia de este mundo tan mundano.  Y pensar que al director se le ocurrió hacer esa película en la ciudad más grande del mundo, aunque nos asegura que en un primer impulso pensó en hacer acá en Guatemala:


Te prometo anarquía
Estamos en la Erre, una galería de arte y lugar de encuentro. No hay mejor lugar para presentar una película y puede que el director aparezca con lentes rosados y nos advierta que habrán desnudos masculinos. A estas alturas todavía prefiere advertir, pero ya ha corrido mucha agua debajo de los puentes y las aguas no solo ya no son las mismas, sino que se han evaporado.  La película se va desarrollando y mientras pareciera ser una historia simple de un grupo de muchachos skaters o patinadores en tabla, se va descubriendo al fondo una metáfora generacional de desencanto y poesía.
Los dos o tres personajes principales viven una historia diferente cada quien unidos por la amistad que tienen desde pequeños, signo de eso, es que hacen relajo y a los dos les gustan las patinetas. Además viven entre los solventes inhalantes, el sexo sin complicaciones que arremete desde las primeras escenas, pero que tira a la experimentación, como en el caso de Infancia de un Jefe de Sartre. Luego el factor de la sobrevivencia de algunos que venden su sangre para hacerse de dinero y seguir volando en su tabla.

Pero el personaje principal es la calle, a pesar de las historias de cada uno, el personaje que brilla escondido es el rostro de la urbe mexicana. Julio Hernández hasta donde sé ha vivido desde Carolina del Norte hasta Costa Rica, estacionándose entre México y Guatemala, muchas anécdotas y mucho feeling para apropiarse de los lenguajes, argots y paisajes de esta generación latinoamericana, siempre al borde vertical del horizonte.  Acá en Guatemala ya antes hizo una fábula tensa y de texturas nocturnas: Gasolina, que no está demás decir que es una película que gana público y pierde público, que es como decir que está siempre al límite de lo permitido. Pero que, como está película, presenta una verdad que a veces nos hiere y que es un signo del presente, los levantones de narcos, la vida libre y sin reglas que sacrifica la normalidad hasta el límite de lo permitido moralmente. 
La honestidad es cosa de cada quien, y ahora que miramos, todo un público esas imágenes inconexas unidas por pequeños guiños poéticos y sonidos insertos en la cotidianidad, puedo darme cuenta que la narrativa estalla de nuevo contra el velo blanco y lo rasga.  Podría como al principio pensar que es una historia de amor íntimo, muy secreto, pero al revisar bien, podría ser también una metáfora generacional contra los esquemas políticos y sociales derribados, en ruinas por ser ya caducidad de un experimento.  Hay muchas sugerencias poéticas en la película, algunas evidentes como el poema del chico que ya casi rapea sus versos y resuenan con precisión entre la realidad de la ficción, si se me permite la refutación significante.

Sentí un deja vu a Trainspoiting en el momento que Johnny se va con el dinero. Sentí la expansión de la ciudad en toda la película, como se va tragando a todos y la historia parece insignificante ante la diversidad del tráfico vial y los cientos de peatones, que dejan a propósito, quiero pensar, una sensación de soledad extrema, que luego se dulcifica con un final, si bien aún desencantado, bastante noble en tanto que Miguel lleva a cuestas a su amigo con la patineta como emblema.  Ya sabemos que los dos actores no son actores, que son heterosexuales y que se fueron conociendo en el transcurso de los castin y la misma película, que tampoco es una película, sino un libro actual, o sea un film:

El presente

Hemos salido a la noche de la ciudad de Guatemala. Vemos los edificios iluminados a trechos, la Torre del Reformador iluminando con su fuego para nadie. Llevo los pies mojados, tengo frio, pero siento que he visto una interesante interpretación del presente, mientras el taxista que nos lleva al hotel no para de bostezar. Hoy por supuesto vi las noticias atrasadas y me enteré que esa película había ganado como mejor película en Festival de Cine en los Cabos, atando cabos uno siempre.

https://www.youtube.com/watch?v=Oiv4C44Ibsk

viernes, 7 de agosto de 2015

CHICLETS PEGADOS EN EL ASFALTO




Chiclets pegados en el suelo gris. Conservo la cordura, no me he vuelto loco completo, pero quito cada uno de los chiclets que mordiste con la esperanza de que estés debajo de uno de ellos.

Aunque estén negros.., si, lo sé, puede que contengan tu aroma mental, la menta y la dulzura se las ha llevado todo aquel que te ha pisado.

Lo que no sabes es que después de escribir todo esto, los mastico todavía con humo de camionetas y todo eso que veo frente al parque. Los carros no me pueden atropellar, ya los he visto venir en la memoria. Nos vemos en cuanto se borren las lineas amarillas, o rojas, o verdes, o la luz cualquiera que las ilumina.

miércoles, 29 de julio de 2015

EL POEMA DE UN GATO QUE TE ESCRIBI AYER


Esta es una balada de gatos que te sueñan
que siempre te miran desde la noche.
No son muchos.
Es uno con nueve vidas
que no te engañe que es la última
siempre es la primera.
Míralo a los ojos
sabrás lo que digo.
Te mirará con un ojo blanco
te arrullará con una nube callejera
esos ojos luego te ahorcarán con un bigote blanco
muy blanco también como el de un tigre
pero no te matarán sus placeres
te atrapan nada más
para el despertar final
cuando su cola afelpada
va apareciéndose tras la luna.
Traidores del sueño
te morderán con risas
y miaus
muchos miaus de bar
hasta meterse de puntillas como el agua
bajo tu almohada
que abrazada a ti parece una guitarra rota.

martes, 28 de julio de 2015

POSTALES DE UNA CIUDAD MALDITA/ RENACHO MELGAR






Yantra Estudios/24Julio.


Paredes pintarrajeadas, frases sicalípticas a lápiz o tinta, trazos magistrales que podrían cambiar de hoy a mañana, eso era Las Verapaces, ese tipo de tienda hibrida entre restaurante y cantina, con la consternación de haberse vuelto un poco conocida, años atrás, por ser parte de la Bienal de arte Paiz. Allí conocí a Renacho Melgar, artista salvadoreño, lector, poeta y por esas horas, alegre bebedor de cerveza. Platicamos entre el ruido y las botellas, entre las canciones de la rockola y me describió sobre lo que estaba haciendo en Casa Cervantes, un mural mándala, como luego pude ver.
                Después de mucho caminar. Después de mucho vivir. Después de mucho mirar, el ojo aprende a desenvolverse, a recrear su mundo fragmentado. En el caso de Renacho Melgar, artista salvadoreño, el mundo se rompe en esquirlas para armarse de nuevo en fragmentos, manteniendo esa metáfora y signo del presente. Ya lo expuso Andreas Huyssen en su libro El mapa de lo postmoderno, el cataclismo general, esa crisis que ellos llaman la nueva frontera, la deconstrucción vital del mundo, la ruina de los valores, evolución de las ideas, formas y caracteres para recrear un poco el presente derribado.  Pero Renacho Melgar no hace al presente glacial, sino lo pinta de una forma rebelde pero festiva, con esa insurrección natural de las raíces, hojas y frutos que siempre ha sido un impulso de la vida. Es una hojarasca caleidoscópica deconstructiva, pero bailable, armónica. Seduce su construcción y desplazamientos.
El arte latinoamericano luego de sus guerras internas, sus conflictos sociales, sus problemas económicos, ha sido un poco esquivo con las masas, por decirlo de alguna forma menos brutal. Su urgencia, su voz, en algunos casos ha transgredido la élite y renacido de los grandes asentamientos, en las calles, en los cuerpos, bajo el concreto. Es un arte que nace de una herida, de una grieta de cristal o espejo roto, somos todavía un reflejo fragmentado, nos vamos armando como un fino y ágil rompecabezas.  Así pues al ver los murales y lienzos de Renacho y sus propuestas urbanas, oigo un canto de lucha a través de su flow gráfico.
                Renacho Melgar empezó pintando portones, carretas de vendedores ambulantes, puertas de lámina en casas humildes, grandes murales en paredones envejecidos, todo esto para llevar ese arte, ese talento a la comunidad y obsequiar la vida, compartir la pintura. El pincel reclama otros lienzos más dinámicos y se ha vuelto a pintar cuerpos de mujeres en algo que yo no llamaría bodypaint  tan fácilmente, ya que en algunos casos el cuerpo ya tiene el mapa y su tesoro.
                En esta exposición el artista nos presenta varios dibujos recientes inspirados en las calles de Guatemala, país en el que ahora es residente.  Es como si un hilo conductor, bastante jazz, uniera cada uno de los retratos, bocetos y rostros. Las calles de una ciudad maldita surgen en los tatuajes de mujeres y hombres, con la señal inequívoca de Caín, con las líneas y sombras, blanco y negro, pero con la el himno sucio del hambre, las botellas rotas, las banquetas, los desnudos cuerpos lacerados por la tinta. Según lo que ya hemos dicho, la tinta sobre todo, y el hilo que como en un collar de fragmentos urbanos, todo lo une.

sábado, 11 de julio de 2015

LAS FERIAS RETRO




Hoy llovió sobre la ciudad una criminal bandada de lágrimas apagadas. En el Cerrito del Carmen una feria se quedó muy sola. Pero nada ni nadie se alejó de su puesto. La calle se derretía en luces.

Ya no llega nadie aunque no llueva. Esas ferias me recuerdan el ritual de la avenida, aquellos juegos artesanales como las chamuscas, dos piedras eran la portería. Ese famoso “electric” en el que se detenía a todos con solo tocarlos. Metáfora o no, romanticismo, old memories, ya arrastradas por el viento tecno.
No me gustaron nunca las manzanas en miel, pero son bellas, son de adorno, souvenir del corazón infante, brillan tras las vitrinas en esta feria abandonada. Sin embargo nos subimos a la Rueda de Chicago y me pareció irreal el terror de algún día quisiéramos una vuelta para tocar el cielo. Era más tangible la certeza de que esas máquinas tuvieran desperfectos prehistóricos por andar de pueblo en pueblo, y nos volteáramos sin gracia para ver el final del suelo por el rompimiento de sus articulaciones oxidadas.

No me gustan esos carros locos. Pero alguna vez, una sola según recuerdo, en el zoológico la Aurora manejé uno y la gracia era chocar a otros sin siquiera conocerlos, solo les mirábamos la risa histérica de ser atropellados. Metáfora o no, romanticismo, de las más sanas locuras.

Lo cierto es que las torrejas, garnachas y elotes locos han subido de precio por la falta de promoción. Pero la gente, alguna entre todas, quizá los más viejos, regresan y lo ven todo.  Jugaran lotería con sus pequeños nietos o algún papá tomara un rifle e intentará sorprender de nuevo a esa novia madura que apenas lo mira, por cuidar a sus hijos que flotan de ella, uno en cada mano.

Los centros comerciales, mientras tanto, giran otra rueda, otros precios, otra vida infinita que aspira a la novedad, mientras un empleado limpia un vidrio hasta volverlo espejo.

viernes, 8 de mayo de 2015

RATING INVISIBLE (con post-data)





Cuando empecé a escribir solo quería desahogarme. Estaba hundido en dudas. Estaba ahogado realmente y ya tenía poco aire y ningún amigo. Cuando puse la primera palabra fue caerme en más intrigas interiores, esas absurdas complicaciones que fueron al final la risa antes de la tragedia. Nunca quise, ni quiero ser famoso, solo quiero decir al final una letra, una página que justifique tanta imprecisión en mi vida, tanto error de mi gramática sanguínea, todo ese mar de incertidumbre cuando a los cinco años vi para el cielo.
No he descubierto nada nuevo. Solo tengo libros que leer, tengo todo el tiempo del mundo porque nunca me he comprometido ni siquiera a tener hijos. Soy un profeta falso. Soy un vestido caro con parches viejos por todos lados, soy una voz cada vez más lejana, una mirada que vive en un hotel de paso. Floto a la deriva, me cambio el nombre cuando quiero, soy caprichoso y malcriado aunque de eso nada tiene que ver mi madre, que me dio lo que pudo y sin saber de política.
Soy un megalómano narcisista, sinceramente, no crean que lo hago para que piensen que les tomo el pelo.  Un fotógrafo de la memoria de lo que nunca dije y nunca hice. No quiero repetirme, siento ya muchos lunes iguales rondando mi calavera.  No me gustan los televisores donde encuentro, ya hace mucho, programas que me sé de memoria y puedo repetir hasta la insolencia delante de gente que no ha visto nada de la película.
Pero ya estoy en años, aunque parezco Dorian Grey. Ya pasaron los 27 y no me suicidé ni me molestó siquiera irme alguna parte. Viajé como Celine, entre la memoria desde niño, recuerdos tengo desde los dos años, en tanto hay gente que no se acuerda siquiera de su primer día de clases. Pero eso no vale nada, soy un actor. Un ingrediente más de esta sopa que ya arde. Me he aburrido por deporte y hasta entonces he querido descubrir el agua azucarada pero solo he visto el sabor de lo amargo.
Ya no estoy ahogado, eso sí. Ahora me vale tener o no tener.  Siento en mis delirios la fuerza de todas mis muertes y vidas juntas. Es solo eso, una palabra sin esfuerzo lo que quiere la vida, y una anécdota interesante en medio del tráfico, las pancartas, el bullicio, y esas voces que me dicen algo sobre mi suerte indignante. 
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 PD.
Cosas que comparto con lo único líquido y sagrado de esta trama, los amigos y amigas, los hermanos casi, los vigilantes benévolos que aprecio, a los que dejo saber mis parábolas inconclusas que no sé cómo decir..., a ellos y ellas este texto tragi-cómico. Abrazo. 

miércoles, 6 de mayo de 2015

VIGILAR Y CASTIGAR



- Ojalá, cree usted, dígame... verdad que Baldizon no va a robar igual que todos -Pregunta la mujer que carga un niño.
 - No... a él le sobra -respondió el hombre de camisa roja.
-
Todas las promesas que no han cumplido se han vuelto un fantasma desmembrado, un sucio espectro alienado y triste, un hambre colosal que ahora mismo, en medio de esas masas de gentes ansiosas, gentes que levantan sus ojos al cielo y ven un enorme helicóptero dar vueltas de vueltas..., oyen canticos de esperanza gospel y se exaltan al escuchar ya tres veces seguidas que el candidato a presidente de la república de Guatemala esta por llegar.
Ya llegará y repartirá sus dones invisibles, su carisma, su lozanía de pequeño y falso millonario, ya lo verán alzar las manos y levantar la voz a todo pulmón y con gracia resolver en el aire los problemas más tristes, más angustiosos, más urgentes de un pueblo que camina entre bolsitas de agua pura.
Veo a otros que sudan y se desesperan. Hay niños jugando a pelear y mujeres besándose con sus hombres de sombrero. Viajan gratis, con almuerzo y refacción, unos queriendo ver a su líder y otros aprovechando entre la sexta avenida sus cortas horas de viaje, todos de rojo, todos entre todos.
Uno de ellos se pierde en las alabanzas y cantos, en las consignas... pero en el fondo realmente hay silencio, y ellos lo saben, hay un terrible vacío, y ellos lo saben, hay soledad y ellos, todos ellos lo sienten. No van a cumplir con nada porque los hombres, según dice un viejito en la plaza grande, no fueron hechos para gobernar hombres, sino animales. La Biblia dixit. Apunto

miércoles, 29 de abril de 2015

NOTA BREVE SOBRE EL DESEMPLEO (UNO)




Aún recuerdo aquellos tiempos en los que trabajaba en horarios estrictos. Cada mañana en realidad parecía una extraña pesadilla, más todavía, si en mis sueños ignoraba la esclavitud, el código preciso de una realidad devastadora. Ya la mañana no era ese sol y el camino imaginario desde la curiosidad amigable hasta el deleite, el pan y la existencia. Cada hora entonces soñaba con vagabundear, salir un día, irme lejos, conocer gentes y paisajes. Andar con poco dinero y mucha libertad, con la voluntad exótica del que ya lo tiene todo con solo respirar el aire. Ingenuo o no, nihilista, anárquico, hipie o no, eso era lo que más quería.
Pero entonces, eran horas terribles al mando de un jefe, que en el peor de los casos, era un señor muy terco con ideas viejas, un léxico de vulgaridades repetitivas, una fotocopia de la mediana empresa y de los nuevos ricos en un país desesperado. El pueblón entonces se me olvidaba entre lecturas a la hora del almuerzo. Antes que ese venerable hijo de Dios, llegara de nuevo de su mansión prefabricada y me siguiera dando órdenes. Entonces yo obedecía, era parte de ese contrato invisible. Siempre fui respetuoso, responsable y honrado, esas clausulas de buena conducta que tanto aman. Trabajé y fui merecedor de cierto respeto social, ya saben "el que no trabaja que no coma", según las sagradas escrituras.
Pero no comía en paz, me daba cuenta que el sueldo que ganaba era siempre tan exacto como una emboscada, para levantarte de nuevo por la mañana con la angustia perenne de que tenes que ir a trabajar para sobrevivir, y que todo estaba fríamente calculado hasta la eternidad. 
Así fue como una noche me dio rabia de chucho todo eso. Traté por todos los medios de salirme golpeando contra la pared invisible con mi furia de perro. Ladré, grite, golpee las ventanas sucias del bus atestado de gentes. Si lloré y me rompí la cara contra el vidrio. Mordí a algunos pasajeros de esa camioneta sin destino, esa escalera hacía ninguna parte. Luego me salió de adentro un humo negro cuando lo quemé todo por dentro, intentando hacer memoria de la memoria.
Me quede quieto esperando algo, lo que fuera, pero el bus no se detuvo, siguió su marcha desesperada y maldita, su carga sin peso, su peso sin alma.
Leí poesía entonces en el bus, un silbido como una aguja, palabras que eran las mismas pero en llamas, leí feliz de encontrar mi voz, y ya no tuve que luchar contra nada. Recité todo lo vivido y por eso me bajaron.
Ellos mismos me bajaron.


Picto—grafías

Hace años, Javier Payeras me dio el consejo de leer el ABC of Reading de un exiliado norteamericano en Paris, llamado naturalmente: Ezra...