sábado, 28 de febrero de 2009

SHARK LIKE GIRL



Desde que la conocí sabía que sería muy breve. Ella estaba de vacaciones, y al mismo tiempo, trabajando de voluntaria para una organización que se sostenía con donativos de gente de todo el mundo, aunque principalmente de Norte América. Yo trabajaba por un sueldo simbólico y aprendía mucho sobre la gente que trabajaba de una forma lamentable en el basurero municipal de la ciudad. Aprendí mucho de los niños de esa área y mucho más del coraje de las madres solteras y las adolescentes con ilusiones.
En éste lugar agradable tuve el trabajo más idílico y lúdico que jamás imaginé: contar cuentos. Atendía una biblioteca donde organizaba cientos de historias para niños y donde encontré unos relatos alucinantes que luego leíamos y comentábamos. Me sorprendió que a la mayoría le gustara estar en la biblioteca y eran los maestros, para mi sorpresa, a los que no les gustaba la lectura y muchas veces lograban que llevar a sus alumnos a leer fuera el acto más inútil del día. Aún así organizaba lecturas en público y lamenté algunos comentarios fuertes de algunos compañeros.
Una tarde llegó a la biblioteca esta muchacha norteamericana con su saludable sonrisa y sus ojos de niña traviesa y me regaló una pulsera artesanal. Iba con una niña del proyecto y se rieron como cómplices sin decirme nada más. A mi me pareció una de esas extranjeras alocadas que pasan por el mundo coleccionando souvenirs, aunque luego pensé que debía tener los ojos más dulces que había visto en la vida, y que no era un brillo para dudar, sino para confiar en el mañana. Así que al otro día, pese a mi timidez, la saludé y le mostré la pulsera como si fuera un pacto de fraternidad. Me sonrió, y pude ver su desordenado cabello rizado brillando como una corona áurea como la de los Cupidos de alguna pintura del renacimiento. Trabajamos con los niños y servimos comidas a las madres y en un receso terminamos uno a la par del otro. Lo primero que le pregunté fue su nombre, hice una broma con su apellido por algunas declaraciones de Michael Moore; luego, al final, llegó corriendo hasta donde estaba y me dijo en su español atípico, que si podía llegar a Antigua para una fiesta.
El día convenido me dijo que su madre iba estar con ella en la fuente del parque. A mi me pareció extraño que una norteamericana invitara a sus padres a la fiesta, pues ninguna amiga anterior lo había siquiera considerado. Ella estaba frente a esa monumental fuente de piedra con sirenas sosteniéndose los pechos, por donde saltaba, de cada pezón, un chorro de agua. Al verme sonrió aliviada. Me presentó a su madre y a sus amigas y no me sentí tan incomodo como me imaginé y enseguida fuimos a Deja-Vu, Café de una amiga, en donde, para mi buena fortuna, planeaba una exposición de algunas acuarelas que pintaba en la biblioteca en los ratos libres. Tomamos agua mineral y la señora se centro en temas políticos y yo le respondía sin desconfianza lo más honesto que podía. Con mi malísimo ingles trataba de ordenar frases cortas. Ellos eran considerados y parecían entenderme, lo mismo que yo hacía con su español, así que nos considerábamos mutuamente. Ida estaba muy feliz. Me contó que estaba dudando que yo llegara, porque un año antes había invitado a otro amigo y no había llegado. Yo no estaba muy seguro de lo que estaba haciendo y pensé en seguida que tendría que ser amable hasta la media noche, porque no sabía como preguntarle a Ida si su madre nos iba acompañar a algo más que al agua mineral.
Les enseñé mis acuarelas y quedaron muy impresionados. Realmente les gustaban los colores, pero no sé hasta que punto me lo merecía, para mi eran experimentos fáciles con temas infantiles. Para esa fecha tenía una invitación a presentarlas, nada menos que en la Embajada de Estados Unidos, por medio de Elisa Bonfoid, una elegante mujer que también había elogiado mis pinturas hasta compararlas con las de Pablo Picasso. Para ser honesto eran replicas automáticas de los tonos de algunos cuadros del gran pintor, que además admiraba, y sobre todo, no quería ofender con colgarme yo mismo un titulo que no merecía. Era entonces un complot de visitantes y extranjeros fascinados. Yo nada más me quedaba callado, viendo con curiosidad a estos norteamericanos que tenían el dinero para estar en los Champs Elysees en Paris, y por lo tanto no les importaba estar escondidos en una ciudad a punto de derrumbarse.
Mi ansiedad cesó cuando Ida me dijo que iba a dejar a su mamá a un Tuc-Tuc. Caminamos con Becka y Robyn (que por cierto era un nombre de mujer), y llegamos a la Sin Ventura. Me di cuenta en seguida que necesitaba una cerveza. Vi a Becka y me asombró la perfección cinematográfica de sus facciones, era de esas jóvenes que uno ve en cualquier película norteamericana. Era bella. Me enteré que la amiga, había sido su maestra en el último grado de la High School, y no era para nada atractiva, sino un tanto varonil. Poco después apareció Ida. Me di cuenta además que sería una noche bizarra porque estaba sin querer, solo, rodeado de extranjeros, con una amiga que aún no conocía. Como sucede siempre le pregunte sobre muchas cosas que pensaba escribir luego, y me dio mucho gusto que me entendiera en español pues mi torpeza con el ingles era evidente. Aún no me había contado sobre su novio, ni sobre su vida en Carolina del Norte, ni sobre su gran cariño a los niños en el proyecto en la zona del basurero, ni sobre su vocación romántica, pero cuando empezamos a bailar empezó un gran reloj la cuenta regresiva de nuestro breve amor de dos días.
Hoy la recuerdo, porque entre todos los amores que he tenido, nunca tuve uno más breve, en la mejor época de mi vida.

Lester Giovanni Oliveros Ramírez
Guatemala 27/02/09

miércoles, 25 de febrero de 2009

PURO HUMO (a proposito de la ley anti-tabaco)






Los prometeos modernos, son dueños del fuego y del poético humo de tabaco por muy poco, en la antigüedad les hubiera costado la vida antes de desarrollar un cáncer.
Yo empecé a fumar desde que empecé a leer a Julio Verne (podría decir que desde que empecé a leer), y eso fue hace mucho. Mi primer cigarro lo encontré tirado, aún encendido, y al hacer el golpe, vaya que me golpeó. Tosí por mucho tiempo aún con el cigarrillo en la mano. Hasta que una noche encendí un Marlboro mentolado y fumé libre de tos, aunque asediado, a los tres jalones, por un mareo embriagante que podía perder a cualquiera en una siesta mortal. Ahora lo recuerdo, mi primer cigarrillo fue un cigarro que mi papá dejó tirado. Antes de eso aprendí en la escuela a fabricar un cigarro casi real hecho de papel bond y crayones de colores. No todos los niños hacían esto. Yo lo veía en mi padre los fines de semana en los que llegaba con unas cervezas entre pecho y espalda y su cigarro Rubios entre los dedos.
El humo de cigarro siempre me resulto agradable. Me gusto también el nivel que confería. Todos los traiditos de las películas fumaban con un desinterés de gente mayor. Para un niño, ser mayor es una utopía. Uno cree que nunca podrá envejecer y ser respetado de verdad. El cigarrito entonces hacía su parte. Pocos amigos fumábamos, pero seriamos después los valentinos de nuestros propios largometrajes. Repetíamos los gestos y las formas de fumar de la gente grande, y tratábamos de hacer el número mayor de golpes sin sacar el humo. Otros intentaban guardarse el cabo de cigarro en la misma boca cuando pasaba el supervisor y muchos aprendieron a encenderlo con una mano. Eran trucos que no se aprendían en los ambientes domésticos, sino a plena calle entre rufianes con fama de maleantes. De alguna manera esotérica terminé caminando con gente mayor. Uno de mis amigos era un poeta que le gustaba ir al café Condesa en Antigua y escribir anuncios de publicidad inspirado en las bugambilias, o se entretenía en el bullicio desordenado de aquel calor humano. El cigarrito sabía muy bien entre un poema, talvez acompañado de una cerveza. Una cosa lleva a otra. El gusto se incomoda con el tabaco, y la cerveza lo limpia dejando una sensación de juventud en el paladar. Me gusto esta combinación de alquimia que me llevaría a trasmutar el viento en oro, o el fuego en tiempo. El cigarro además, se podía leer. Cuantas cosas leí en los cigarros y luego terminaba escribiendo. El cigarro es hablador. Confiesa muchos secretos del fumador. Algunas mujeres que fuman saben que el tabaco las acerca a algo espiritual. Una de mis tías es agnóstica y es la única que puede, como ninguno en la familia, leer el cigarro. Aún así nunca imaginó que en estos tiempos, el gobierno de Guatemala prohibiría un derecho de poca gente, hasta el punto de inventarse multas y penas mayores, que relevan en gravedad a la misma marihuana.
"Creo que fumar en pipa ayuda a pensar con serenidad y objetividad sobre todos los asuntos humanos"
Albert Einstein.

martes, 24 de febrero de 2009

MIEDO Y DESEO



Niña, tus manos son llamas, tus ojos como oscuras noches interiores. La vida es como un rugido de días y noches; la muerte silenciosa. Busqué en otros tiempos un claridad divina y encontré a una mujer desnuda sonriente en una cama. Me gusto desde pequeño hundirme en la semántica y perderme al borde de tu cuerpo, tímido y efímero. Oigo al final de todo los ecos vagabundos, la mirada de muchos niños sin zapatos, sostenidos por la desesperanza que es un pezón muy duro.
Niña, mi pequeña gatita, éste mundo es un desierto habitado por fantasmas, espejos que recortan partes de tu cuerpo y te limitan. Hacer lo correcto es transgredir la historia, morir un poco cada día es como beber un vaso de veneno diariamente. Al final lo que mata es otra cosa, algo oscuro que llevamos todos dentro. Un millón de años atrás murió una estrella, su luz aún no ha llegado a la tierra, una noche veremos esa llama nueva en la negra inmensidad. Y tú ahora tienes en los ojos miedo y deseo. Camina un poco por la memoria, recoge una hoja de un árbol y quédate por un segundo sintiendo lo que llevas dentro. Tal vez sientas el tiempo pasar y la luz del sol te recuerde que tienes tan sólo una noche y un día juntos. Lo demás, desdoblamiento, reflejo, pedazos de vidrio con mercurio.


Guatemala 24/02/09
Lester Oliveros.

viernes, 20 de febrero de 2009

POLLO CAMPERO Y UNA GOTA DE NOSTALGIA


Yo recuerdo que el hombre era como una sombra. Una sombra que entró con pies humanos, enfundado en un gabán sucio y mal oliente y con sus manos oscuras, sin detenerse a saludar, robó una pieza de Pollo Campero del plato de mi abuelita. Ella no dijo nada hasta verlo salir. Todos los que estábamos en la mesa lo vimos correr por séptima avenida y perderse para siempre en una esquina.
Ahora que mi abuela ha muerto, recuerdo que fue ella quien nos llevó por primera vez a Pollo Campero. Nos consintió con un postre de tartaleta. Fue en el Campero de la Sexta donde vimos el desfile de Paiz desde una ventana, donde mucha gente se fue sin pagar al ver que llegaba Mikey Mouse saludando a los niños que eran toda la multitud, pues hasta a mi abuela le brillaron los ojos aquella noche de publicidad y promoción inocente de todos los productos de esta empresa. Siempre que he vuelto a Campero recuerdo aquel episodio. A mi ya no me convence el sabor del pollo, ni el servicio; mi madre lo adora, porque como a todos, algo nos recuerda ese sabor alquímico de los años de amor verdadero.

No volvimos a ver al disipado hambriento, quizás era Dios que también se disfraza de vez en cuando para provar las nuevas promociones.

BOLETIN MES DE FEBRERO /Maurice Echeverria: El Surfer/ Ronald Flores: Pesadilla /Octavio Paz: Piedra de sol (fragmento) Comentario.




Picto—grafías

Hace años, Javier Payeras me dio el consejo de leer el ABC of Reading de un exiliado norteamericano en Paris, llamado naturalmente: Ezra...