viernes, 11 de diciembre de 2009

UNA CITA IMPREVISTA EN UNA BANQUETA DE LA ZONA UNO




A veces se me olvida que soy pobre.

Edna sandoval
Una calle de la zona uno es un karaoke de colores y sonidos que imitan a la máquina más cosmopolita del mundo. Tantas esquinas, y al azar nos traza con líneas paralelas el más infinito de los encuentros, una amiga virtual de la que hemos visto fotos en alguna red social. El azar entonces nos hace una cita en una banqueta donde, naturalmente, sin hacernos preguntas, fumamos y conversamos tan serenamente que nos parece, sólo hasta el final, un milagro cotidiano.
Era ella. Había visto sus zapatos negros y su caminar tan único y había recordado, paralelamente, esa vez que la había visto en la galería. Había visto sus fotos y había buscado una explicación para sus ojos. Ahora estaba conversando sobre su participacion en Horror Vacui, y esa pieza de un arte espontaneo en el que aparece un cassette con la cinta haciendo girones. Me comentó sobre su gusto por las bolsas Prada y la ropa. Llevaba una bolsa Dolce & Gabbana, pequeña, azul, de donde sacó, con su mano, dos cigarrillos. Me ofreció uno y fumamos hablando de esas citas a ciegas o planeadas desde el internet. Me contó de sus desengaños riéndose. Bromeamos tanto sobre eso que terminé contando también mis fallidas experiencias con los romances de la red. Era casi tan extraño estar ahí un día miercoles al medio día, como si estuviéramos en una cuarta dimensión manejada por nosotros mismos. Me contó de sus experiencias con el vino y los paraisos artificiales, y le divertía, verme ahí, con resaca.
Acababa de almorzar y caminaba sin rumbo antes de encontrarla. No había ido al trabajo, ni había avisado y tenía la certeza de que me iban a despedir. Creo que revelaba todo eso en mi actitud. Pero a ella no le importaba. Llevaba sus lentes oscuros sobre su pelo liso y negro, profundamente negro como su mirada de ángel urbano, y su voz era un estimulante para mis agudos ensueños. Podía ver su boca perfectamente dibujada por un crayón de labios que me decían algo del mundo. Suficiente sobre los automóviles y la gente desconocida que pasaba a nuestro lado. Creo que hablamos mucho de los dos, tanto que me gusto su franqueza y buen gusto para decir las cosas más superficiales y darles un brillo universal.
Finalmente la terminé acompañando hasta la otra acera del mundo donde terminaría una cita imprevista.

2 comentarios:

Prado dijo...

Genial. Y buen cambio en el blog.

Lester Oliveros dijo...

Gracias amigo, también lo invito a la lectura de las 100 puertas mañana. Saludos.

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